Espíritu, espada y cuerpo se funden en uno ("kikentai no ichi"). Es la máxima del "kendo", el camino de la katana, el arte de los samurai, pero aquí los sables son de bambú y la lucha, dicen, no alberga odio, sólo la búsqueda de la perfección de la técnica, de la mejora de uno mismo. Es cuestión de filosofía, no de violencia.

Siguiendo la senda de la espada "con disciplina y rigor" se llega, afirman los "sensei" (maestros), a modelar mente y cuerpo, a una forma de vida, a contribuir "a la paz y la prosperidad entre todos los pueblos". ¿Puede hablarse de paz empuñando una espada y propinando golpes? "Por supuesto. ¿Parece violento? No lo es. No se permite ni un mal golpe, ni una falta de respeto al otro". Lo explica Juan Manuel Tormo, 64 años, 5º dan obtenido en Japón. Los samurai solían decir que "el hombre que se enoja se derrota a sí mismo, no sólo en el combate sino también en la vida".

El kendo reproduce los golpes de la "shinai", antes mortales, ahora inofensivos excepto por el dolor -"un golpe fuerte duele, pero hay que pensar que no"-: en las sienes, en la cabeza, en la garganta, en la muñeca, en los costados, en el estómago... A la búsqueda del golpe perfecto. Los pies en el suelo, la posición dominante. Entre los "grandes" ha llegado a darse el caso de que, prácticamente sin un golpe, sólo con la exhibición de supremacía, se ha ganado un combate. "No hay que dominar sólo la posición y el cuerpo del otro, hay que ir a por su espíritu". Por eso gritan.

El ritual

Todo en el "kendo" es ritual. Desde la entrada al "dojo". Si una persona pasa delante del kendoka arrodillado, la mano con la espada se muestra abierta hacia arriba. Es señal de respeto y no agresión. Luego hay que dedicar unos minutos a la meditación zen. Cualquier asalto empieza en cuclillas y con reverencia. Gana el que consigue dos "cortes" perfectos. La técnica lo es todo. Cualquier imperfección, cualquier salida de tono se sanciona y hay que perdir perdón.

En España, hay 1.500 licencias (el torero Fran Rivera tiene una); en Valencia, 80. Ahora hay varios clubes y se imparte en la Universitat. Pero aún no es muy conocido. A las clases de kendo del Club Bushinkai acude gente joven, algunas chicas, un par de ellas japonesas. Cuando se quitan la armadura y vuelven a la calle son funcionarios, odontólogos, peones de frigoríficos, estudiantes, informáticos...