Las pasarelas de moda son un invento reciente. En la época dorada de la alta costura de París, los desfiles se hacían en los salones de las "maisons", con las maniquíes deambulando entre el público. Cocó Chanel siempre se quedaba en la célebre escalera de la Rue Cambon y Christian Dior, tras las cortinas. Ayer, emulando a los grandes modistos, en un rincón de la Valencia más noble, en la calle de la Paz, Enrique Lodares rindió homenaje a la esencia de la costura más clásica.

Allí estaban todos: Yves Saint Laurent -en un vestido con un sutil toque esmoquin y un buqué de flores en el escote a la espalda-; el New Look de Dior; los lazos gigantes de Balenciaga; los abrigos de Poiret; los collares de perlas de Chanel... Y las grandes divas de Hollywood. Un "little black dress" o pequeño vestido negro con pamela muy muy Audrey Hepburn. Un traje sastre de hombros armados y un turbante como los que lucía Joan Crawford.

Clasicismo eterno

Lodares -más de treinta años en el mundo de la moda- lo tiene claro. Clasicismo, elegancia, chic. Conjuntos de día muy abrigados, en lana y angora. Estolas de piel. Imprescindibles, guantes y pamelas, sombreritos años 20 o tocados, algunos con redecilla. Toques discretos de estampados felinos. Muchos vestidos de cóctel, faldas lápiz o corola, chaquetas cortas, entalladas y de manga francesa o tres cuartos. Terciopelo. Brocados.

Colores neutros. Negro para la noche, con brillos. Toques de color vivo en los complementos. Encaje. Marcados los hombros y la cintura. Más escotes en la espalda que delanteros. Combinación de blanco y negro. Capas cortas con volumen. Vestidos largos fluidos, drapeados, tipo túnica, en blanco y negro, en terciopelo "segunda piel" y, en un caso, en un atrevido color mostaza.

Los pases (se hicieron dos ayer), pequeños e íntimos, con las modelos -más bien maniquíes como las de antes- entrando y saliendo de las distintas habitaciones, eran a modo de inauguración oficial del nuevo taller de Enrique Lodares. Sonaba "La vie en rose".