Menos de media entrada en tarde agradable. Toros de Jose Luis Pereda y La Dehesilla (5º), muy desigualmente presentados, mansos y descastados. Curro Díaz (azul pavo y oro), saludos y oreja. Antonio Barrera (corinto y oro), silencio y silencio tras aviso. Sergio Aguilar (berenjena y oro), silencio tras dos avisos y silencio. Entre las cuadrillas destacó Paco Peña con los palos. Presidió Amado Martínez, sin problemas. Pesos de los toros: 533, 545, 477, 520, 510 y 563 kilos.

La temporada taurina prosiguió en Valencia con la celebración del primer festejo de la feria de la Virgen. Por la mañana, tras el sorteo y en la propia capilla de la plaza se celebró una misa en memoria de Jaime Marco El Choni, el espada valenciano quien era el decano de los matadores de toros, recientemente fallecido, y por quien se guardó un minuto de silencio tras el paseíllo.

El magistrado Mariano Tomás asegura en sus escritos la necesidad de la exigencia taurocéntrica en el toreo, afirmando que: «la tauromaquia se basa en el arte de reducir el toro hasta su sometimiento, y no habrá verdadera tauromaquia si no se produce un equilibrio entre la autenticidad del animal y el valor y la capacidad del espada»

Pues bien, en la corrida de ayer falló de manera clamorosa la primera de estas premisas. Y es que las reses propiedad de José Luis Pereda, que el día anterior ya habían dado un «trueno» en Madrid, volvieron a dar la de arena en Valencia.

Compusieron un lote de astados de muy desigual presencia. Algunos, como el tercero, absolutamente impresentables, que únicamente se salvaban por sus caritas lavadas y que en conjunto resultaron un saldo. Luego, su comportamiento no mejoró su deficiente trapío. Ninguno se empleó en el caballo, del que tendieron a salirse sueltos, empujando con un solo pitón y repuchándose. Mansurrones, desclasados, claudicantes, a la defensiva y sin humillar, dieron muy poco juego.

Rajado y noblón el que abrió plaza, que no humilló en ningún momento, se defendió con medias embestidas el claudicante y distraído segundo y el anovillado tercero tuvo la virtud de que al menos de desplazó algo, aunque falto de raza y con la cara por las nubes.

El cuarto tuvo muy poco fondo. Fue y vino, eso sí, pero escaso de convencimiento. El cabezón y escurrido quinto, que coceó los petos y se salió suelto, llegó al tercio final con transmisión y celo en sus embestidas aunque, ayudado por las indecisiones de su matador, acabó cantando la gallina. Y el cierraplaza no dejó de pensárselo y, muy incierto, esperó y topó. En conjunto, un saldo ganadero, barato y pura carne de matadero.

Con este material, únicamente Curro Díaz pudo mostrar atisbos de su excelente corte ante el cuarto, en un trabajo de expresivo arrebato y brillante caligrafía. Su labor estuvo salpicada de apuntes enjundiosos y expresivos, con la virtud de la improvisación y la torería. Con todo, su faena acabó resultando en conjunto superficial y algo despegada en su contenido aunque rutilante en su firma. Al primero lo despachó con solvencia y soltura. El sevillano Antonio Barrera anduvo tesonero ante el segundo, al que tuvo el mérito de matar por arriba. Y se le fundieron los plomos con el enrazado quinto, frente al que se le vio tan crispado como ofuscado y siempre a disgusto. Por su parte, Sergio Aguilar trató de quedarse quieto y anduvo firme con el tercero al que, eso sí, mató feamente, y no tuvo opciones ante el sexto.