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¿Por qué no incluimos en la radio un espacio sobre la muerte? ¿por qué no convocamos un concurso para que los oyentes envíen los epitafios más curiosos? La respuesta a ambas preguntas, recuerda Nieves Concostrina, fue «un silencio sepulcral». Nunca mejor dicho. Pero nació El acabose (dentro de No es un día cualquiera de Pepa Fernández en RNE) y un concurso que, tres años después, sigue en marcha. Y a un libro que desmitifica la muerte.

Aunque cueste encajarlo, muchos difuntos, en unos casos, o sus familias, en otros, mantienen el sentido del humor. Es el caso de la persona que reposa en una tumba del cementerio de Ávila. Sorprendentemente, la dirección del camposanto permitió una lápida con una mano gigante haciendo la peineta a todo aquel que la mire. La autora cree que debió ser alguien «cabreado» por tener que dejar esta vida y que «estaba en su derecho». Hay más disconformes con su destino. Mármoles en los que se lee «Yo no quería» o el caso del cementerio de Montjuïc (Barcelona) que reza «Mi última diligencia, que os zurzan».

Apunta Nieves que valencianos y catalanes, seguidos de los extremeños, son los que «más retranca» tienen al final de sus días. Del Cementerio General de Valencia es, por ejemplo, la lápida con el verso «Aquí yaces y haces bien, tú descansas, yo también». U otra con un lenguaje tan culto que en lugar de decir «entristecidos» padres dice «contristados».

Rafael, de Águilas, confiesa haber sido «gandul» y «embustero». Abundan los casos, entre el enfado, la profecía y el mal rollo, en los que el difunto advierte a los demás que algún día acabarán como él.

También son muchos los que no quieren irse de este mundo sin lo que más les gustaba de él: esculturas de sus mascotas, la foto de una excavadora, su Mercedes o los colores de su equipo. Y otros que dejan testimonio de lo que fueron en vida. Incluso el teorema de un matemático. Y una leyenda urbana: en la tumba de Groucho Marx jamás puso aquello de «Perdone que no me levante». Pero en muchos cementerios españoles, sí.