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on tres esposas, una novia, 20 hijos y -lo que es más asombroso- 68 años de edad, el presidente de Sudáfrica Jacob Zuma acaba de darle puerta a una de sus parientas que, al parecer, lo había condecorado con un glorioso par de cuernos a cuenta de un escolta. Es lo que tienen los guardaespaldas: que de tanto andar detrás de uno (o de una, en este caso) terminan por tropezar y echársele encima. Con Mandela, que era monógamo, no pasaban estas cosas.

Mal comienzo parece éste para el país anfitrión del Mundial de Fútbol ya en puertas, por más que estos involuntarios líos a tres bandas -o a cuatro, o a cinco- no dejen de ser en realidad un atractivo adicional que acaso proporcione más morbo a la contienda deportiva. Zuma, que no es musulmán, se acoge a las tradiciones de los jefes del pueblo zulú para practicar con toda desenvoltura la poligamia, costumbre que no le impide presentarse como un activo defensor de la igualdad de derechos entre los sexos. Fiel a los hábitos matrimoniales de sus ancestros, el presidente sudafricano ha tenido ya cinco esposas de las que aún le quedan tres, si incluimos en su harén particular a Nompumelelo Ntuli, la consorte infiel. De las otras dos, una le pidió el divorcio y la segunda optó por el más expeditivo trámite del suicidio, no sin antes dejar una nota en la que describía su matrimonio como "un infierno". La pobre sabría por qué.

Doctores tiene la ley zulú que sin duda sabrán dictaminar si el líder africano está procediendo o no de acuerdo con los usos conyugales de su etnia al echar de casa a una de las integrantes de su populoso matrimonio. Visto desde la más estrecha mira de Occidente, hay que admitir que el asunto choca un tanto. De asimétrico, cuando menos, habría que calificar a un matrimonio como el de Zuma en el que una de las dos partes puede ser fiel simultáneamente a tres mujeres, mientras cualquiera de estas incurre en infidelidad por la mera circunstancia de tener no ya otro marido, sino un simple amante a tiempo parcial. Más que la ley zulú, esa parece la ley del embudo.

Bien es verdad que la poligamia tiene mucho más pedigrí histórico y alguna mejor prensa que la poliandria, tremendo palabro con el que se define la convivencia entre una mujer y varios hombres. De hecho, esta última variante de la coyunda sólo se da actualmente en algunos lugares del Tibet y entre los esquimales, aunque no esté de más recordar que incluso los hunos carecían de reparos a la hora de compartir una mujer.

El desaforado Zuma podría crear escuela de costumbres y hasta abrir un debate sobre nuevas formas de matrimonio, ahora que el Mundial y sus enredos conyugales empiezan a darle una inesperada popularidad. No hay noticia, desde luego, de que el presidente Zapatero planee legalizar la poligamia y/o la poliandria dentro de su proyecto de Alianza de Civilizaciones; pero también es cierto que aún no conocemos todos los detalles de ese vasto plan.

Nada, salvo el Código Penal, parece oponerse en principio a esta nueva extensión de los derechos y libertades del ciudadano que, a mayores, habría de ser bien recibida por la cada vez más numerosa comunidad islámica en España. Como bien ha hecho notar el feminista Zuma, la poligamia no deja de ser una opción sexual más, siempre que sea libremente consentida por cada una de las partes. El único inconveniente sería de orden económico, si se tiene en cuenta que las tres esposas de Zuma (sin contar la novia) les cuestan un millón y medio de euros cada año a los contribuyentes de Sudáfrica. Tanto gasto para que luego le pongan a uno los cuernos como a cualquier vecino.