El premio Cervantes 2004, Rafael Sánchez Ferlosio, la bautizó como «la bicha» y así es como ha perdurado para muchos de los que un buen día decidieron prescindir de la que en sus inicios fue bautizada como «la caja tonta», aunque de tonta ya le quede bien poco. La decisión de desterrar voluntariamente este electrodoméstico, que el físico británico John Logie Baird inventó en 1926, se acompaña de una necesidad perentoria de mantener el espacio personal «limpio» de emisiones de toda índole y del deseo de desterrar del hogar un artilugio «cometiempos».

«La eliminación de la ´bicha´ se debió en un primer momento al problema que nos generaba el tener que pelear constantemente con mi hijo para separarle del televisor por las tardes y para desconectar en las cenas y en las comidas», expresa Manuel J., un profesor de la Universitat de València, que agrega que con el aparato en casa, «no obteníamos nada a cambio, pues la programación era basura y la información en las noticias estaba totalmente intervenida por el grupo político/económico titular de la cadena».

Tras sacarla del salón y aparcarla en el trastero, Manuel y su familia descubrieron lo bien que se vivía sin tele. «Y una de las razones era la de haber suprimido un medio que vende audiencias para los anunciantes, ése es su fin; cuando en realidad a la gente la tendrían que pagar por tener y ver la televisión».

Pero tienen más argumentos: «nos resulta alienante, pues te marca qué debe ser de tu interés y qué no y además crea una enorme uniformidad y manejo de opiniones; es imposible que a todo el mundo le interese lo mismo y, sin embargo parece que es así tras pasar por ´la bicha´».

Al sacar la tele de sus vidas, Manuel y su familia descubrieron la cantidad de tiempo que ganaban, «dedicar el poco tiempo libre que tenemos a algo que sea de nuestro verdadero interés y provecho nos hace sentir mejor».

El filósofo alemán Hans Magnus Enzensberger comentaba que haber pasado de la cultura tipográfica a la televisiva, «significa un cambio sustancial en la idea de la verdad». «Se ha entrado en la era del ´showbussiness´, donde la cultura se ha convertido en un vasto anfiteatro al servicio del espectáculo», afirmaba el pensador germánico que calificaba a la televisión como el «medio cero» porque intenta prescindir de toda forma de contenido.

El ensayista expresó que el poder de la televisión radica, «en que el espectador conecta el televisor para desconectar, con lo cual —agregaba con ironía— se convierte en la única forma universal y masiva de psicoterapia, es la aproximación técnica al nirvana, la máquina budista, aunque a pesar de todo ni frente al televisor se puede dejar de interpretar».

Manuel, el profesor universitario coincide con el autor alemán al afirmar que la tele, «te coloca en un estado algo nirvánico que te hace despreocuparte de muchas cuestiones; es como si alguien estuviera muy interesado en que dejemos en manos ajenas muchos problemas en los que deberíamos estar trabajando».

Arantxa Gómez, licenciada en Literatura y profesora de kundalini yoga, afirma: «la verdad es que no tengo tele porque la tele no pinta nada en mi vida; ella y yo no tenemos nada que ver, no veo sentido encender un aparato que comienza de inmediato a soltar chorradas que lo único que hacen es molestarme: cotilleos, muchos anuncios, telediarios sesgados con noticias escogidas, personas con actitudes que no me interesan, muchos mensajes que, a mi parecer, solo sirven para alienar y entontecer a la gente... La tele es el ojo del sistema, de un sistema en el que nos volvemos locos persiguiendo quimeras y acumulando estrés».

Esta profesora de yoga afirma que detrás de todos esos mensajes, «hay un ligero interés por informar, algo más por entretener aunque de forma hueca y ramplona y por encima de todo ello hay un desmesurado interés por sacarnos el dinero a los ciudadanos».

Primera compra tras la boda

El primer electrodoméstico que compraron Eugenio y Diana cuando se casaron en Rumanía fue un televisor y antes del año ya se habían desprendido de él. «Por un motivo claro, somos cristianos muy practicantes de la Iglesia Pentecostal, nos fijamos en la primera imagen del cristianismo que está en los Hechos de los Apóstoles e intentamos vivir como ellos».

Este padre de familia con cuatro hijos afirma que la tele les molesta. «El tiempo hoy es un bien escaso y la tele es como si fuera un virus, no tengo nada en contra, pero me come el tiempo que es muy precioso», declara Eugenio, empresario de la construcción que asegura que haber encontrado a Dios en la Biblia, «nos ha dado un nuevo sentido a la vida y estamos muy centrados en esto y además no queremos que nuestros niños crezcan con lo que aparece en la tele porque incluso en los dibujos animados hay mucha violencia».

Comenta Eugenio con humor que algunos amigos les dicen que no tener tele les ha ayudado a tener muchos niños. «Que no tengamos televisión no significa que no estemos informados, tenemos dos ordenadores y escuchamos las noticias pero a nuestros hijos les enseñamos lo que consideramos que es bueno para ellos, elegimos las películas que ven», agrega.

Eugenio sabe que el 80% de la información se recibe a través de los ojos y por esto está tan en guardia. «Nuestra vida es buena y no quiero absorber cosas malas ni que se nos cuelen en casa, la tele para nosotros es un bicho porque engancha mucho y en ese tiempo que pasaría viéndola puedo hacer muchas cosas buenas: salir con la familia, escuchar música... yo creo que la tele no ayuda mucho, me he dado cuenta de que me roba la vida porque roba el tiempo, ya nos hemos acostumbrado a vivir sin ella y las niñas no dicen nada y no se quejan porque no la ven».

«¿Por qué no se dan noticias buenas?»

­Taka Uechi, japonés de 71 años, ha dedicado su vida a estudiar el poder nutritivo de los alimentos y además es masajista de shiatsu. Vive en un paraje idílico, frente a la sierra de la Calderona, y prefiere trabajar en el huerto, plantar semillas, investigar en las propiedades de los vegetales o correr por la montaña a matar el tiempo ante la pantalla del televisor, del que prescindió hace muchos años al no encontrar programas educativos y formativos.

«Si a mediodía hubiera algún programa bueno de salud, podría interesarme pero no hay nada de eso», agrega este nipón nacido en la isla de Okinawa que reside en Valencia desde hace dos décadas y es padre de dos hijas.

«No tengo tele porque hay más noticias malas que buenas, si hubiera buenas noticias la vería», afirma Taka que agrega que no entiende porqué no se buscan buenas noticias.

«En Japón —añade— sucede lo mismo, siempre se dan malas noticias aunque lo cierto es que a todo el mundo le interesan más las buenas: cómo conservar la salud, qué hacer para alcanzar la felicidad y no enfermar, cómo quitase el estrés para mejorar la calidad de vida, como tienen que alimentarse las personas mayores para estar mejor... todo el mundo busca esto pero la tele se empeña en dar solo la cara más negativa de la sociedad. Es absurdo».

Este masajista afirma que cuando ve alguna mala noticia, «luego me siento mal; los informativos deberían finalizar con noticias positivas para que la gente se sintiera más contenta y tuviera ganas de tener más contacto con la naturaleza, la tele sería un buen sistema para trasladar mensajes de paz y optimismo».

De hecho, Taka está convencido de que la televisión es un buen invento, «solo que hay que cambiar el contenido de lo que se ofrece, porque las películas son agresivas, incluso las infantiles, y hay demasiados programas escandalosos, eso no alimenta, no sienta bien, es como comer algo que está malo... que al final se enferma».

A él le gustaría explicar a los ciudadanos lo interesante y fácil que es cultivar las propias verduras, «aunque sea en una terraza o en un balcón» para saber qué se come y disfrutar de la alegría de comer algo plantado por uno mismo.