Quince casas reales juntas en Estocolmo tenían que dejarse notar. Pese a los tiempos de crisis. No todos los días se casa una futura reina (la última boda de un heredero al trono fue la del príncipe de Asturias). Y la ceremonia sueca fue regia en todo el sentido de la palabra. Reyes y reinas, regentes o no, príncipes y princesas, vistieron sus mejores galas con todos los atributos del cargo: uniformes, bandas, medallas y tiaras. Sobre todo tiaras. Pese a todo, en momentos de crisis, las monarquías del mundo dieron muestra de una cierta contención en el color de los vestidos y las joyas. El poderío lo reservaron para las cabezas.

Por las puertas de la catedral de Estocolomo se vio probablemente el mayor desfile de de los últimos años de diademas que forman parte de los tesoros de las casas reales. La que más historia tenía detrás, sin duda, la de la novia. Victoria eligió la tiara de los siete camafeos que, según la tradición, le regaló Napoleón a la emperatriz Josefina. ¿Cómo llegó a la corte sueca? Josefina la legó a su nieta y ésta se casó con e príncipe y futuro rey de Suecia Óscar I. De oro, perlas y camafeos, la primera en llevarla en su propia boda fue la princesa Desirée, hermana del rey Carlos Gustavo, padre de Victoria. Después la lució la propia reina Silvia, su madre, al casarese con el rey.

Las mujeres de la Casa Real española también se apuntaron a las llamativas tiaras. La reina Sofía escogió la llamada "tiara de la Chata", obra de los célebres talleres franceses Mellerio. La reina Isabel II la adquirió en 1867 para regalársela a su hija, la infanta Isabel, conocida como "la Chata", con motivo de su matrimonio. Isabel murió sin descendencia y la joya pasó a su sobrino, Alfonso XII y, de él, al conde de Barcelona, Juan de Borbón, padre del rey, que se la dio a doña Sofía.

En la Zarzuela es costumbre que la Reina, las infantas y la princesa compartan las joyas. Letizia lució el sábado en la capital escandinava la diadema floral de la Reina que tocó la cabeza de la infanta Cristina el día que se unió a Iñaki Urdangarín. La infanta Cristina, por su parte, llevaba la Cartier que Alfonso XIII le regaló a la reina Victoria Eugenia. Y la infanta Elena, curiosamente, un regalo de la familia Marichalar.

Las tiaras, que fueron mayoría aplastante, condicionan el peinado -debe ser recogido- y desplazaron en algunos casos a las joyas. Rania de Jordania y Rosario Nadal prescindieron de adornos.