Juan Belmonte fue uno de los primeros toreros que acercó a la intelectualidad a los toros. Tras su debut como novillero en Madrid, un grupo de intelectuales, entre los que se encontraban Valle Inclán, Pérez de Ayala, Romero de Torres y Sebastián Miranda le ofrecieron una comida en un restaurante del Parque del Retiro. En un momento dado, Valle Inclán tomó la palabra, y dijo: "El toreo es un trance irreflexivo." A lo que Belmonte respondió: "¿Y cómo cree usted que se puede tener un trance irreflexivo todos los días a las cinco de la tarde?"

No le faltaba razón al torero sevillano, aunque él nunca llevó este aserto a la práctica. Es más, llevado de ese trance, llegó donde llegó a pesar de las previsiones de los agoreros. Pero no se puede decir lo mismo de la terna anunciada ayer, de la cual puede afirmarse que le sobró sentido reflexivo. Se lo pensaron mucho y les faltó tanta entrega como convencimiento.

Con el festejo de ayer se cerraba el primer tramo de la feria, en el que, salvo el sábado, han tomado parte toreros que, en la jerga futbolística, se encuentran en la zona templada de la tabla. Coletudos en busca de, si no la Champions, sí al menos alcanzar plazas europeas. Aunque, visto lo visto, seguirán transitando en tierra de nadie, por la zona media de la tabla. Uno de los alicientes de la tarde era presenciar el comportamiento de los astados de Ricardo Gallardo, cuyo encastado juego siempre es de interés para el aficionado. Un hierro que, debido a ese punto de casta, no se anuncia en los carteles de más relumbrón a pesar de su calidad. Tras el resultado de la corrida de ayer, igual vuelven a pedirlos las figuras.

Compusieron un conjunto de no más que discreta presentación, si bien su juego ofreció tanta variedad como interesantes matices.

El castaño que abrió plaza tuvo calidad y siempre quiso, aunque no terminó de romper. Repitió con gran nobleza y son el segundo y el colorado tercero dio buen juego aunque, algo remiso, le faltó un punto de bravura. El cuarto era el toro que más le gustaba al ganadero, pero muy apagado, se quedó muy corto, esperó mucho y no terminó de humillar.

El quinto fue el toro de la corrida. Un astado falto de remate pero que tuvo fijeza, ritmo, docilidad y embistió suavón y pastueño. Y el que cerró plaza tuvo las virtudes de la bravura y la transmisión. Enrazado, exigió siempre y pidió firmeza en el manejo de las telas.

Con este material, Curro Díaz volvió a mostrarse como un torero de buen corte. Sus dos faenas tuvieron expresión aunque les faltó remate y más continuidad.

Matías Tejela sorteó un excelente lote y puso de manifiesto compostura en dos labores sobradas de ligereza y superficialidad mal rematadas con los aceros. Y Rubén Pinar anduvo firme, dispuesto, entregado y echando mano de recursos en dos trabajos vibrantes y tesoneros, brindando el último a la Fallera Mayor de Valencia, Laura Caballero.