La fiesta de los toros necesita unas primarias. O unas generales, según se mire. La tauromaquia está a punto de tocar fondo y quizá sea el momento de plantearse tratar de cambiar las cosas. Urge un nuevo rumbo en la fiesta. Se impone una limpieza de corrales, empleando términos taurinos, para evitar que la gente acabe por salir corriendo de las plazas, que es lo que están provocando los taurinos ante tanto abuso, tanta manipulación, tanto toro afeitado y sin trapío, tanta falta de casta y de bravura, tanta ausencia de seriedad.
Y es que estos comienzos de temporada están poniendo de manifiesto la situación de encefalograma plano por la que el toreo está atravesando. Tras lo visto en la feria fallera, llegó la Magdalena de Castelló, donde el tema ganadero alcanzó cotas de auténtico sonrojo. Fue alarmante ver la lamentable presentación y las vergonzosas defensas que exhibieron corridas como las de Jandilla y Manolo González, en las que precisamente se anunciaban las figuras, los encopetados toreros del G-10. Sin dejar en el olvido el descastamiento de las de Fuente Ymbro, Lagunajanda y las dos anteriormente citadas. Únicamente se salvaron de la quema los toros de Victorino Martín, y los novillos de El Parralejo.
En cuanto a toreros, poco que decir. Brillaron Daniel Luque, Manzanares y El Juli, si bien es cierto que la escasa entidad de los enemigos que tuvieron enfrente minimizan sus logros. A Morante apenas se le vio, Cayetano fue una sombra, falto de recursos y compromiso. Perera y Castella anduvieron tan ofuscados como erráticos. El Fandi, a lo suyo y El Cid, sin acabar de creérselo. Tejela y Pinar pusieron de manifiesto que su puesto está en la parte media baja del escalafón y Abel Valls se justificó por su entrega ante los mulos de Fuente Ymbro. Y frente a los victorinos, lució la profesionalidad de Rafaelillo, el buen aire de Bolívar y la sincera entrega de Alberto Aguilar. En lo que hace referencia a la asistencia de público, los tendidos sólo se llenaron con el cartel estrella de la feria. Y revelador fue que en el último festejo del abono, con los victorinos, apenas se cubriesen dos terceras partes del aforo de la plaza. Y es que la gente acabó tan harta como desanimada.
Asimismo, y abundando en este tema, merece una reflexión la inauguración de la plaza de toros de Villena. Un espectáculo que pudieron presenciar todos los aficionados por las televisiones autonómicas. Una plaza restaurada a lo grande, con una cuantiosa inversión que la ha convertido en un edificio multiusos de gran categoría. Una categoría que debería haber tenido el festejo inaugural. Un espectáculo en el que los Lozano hicieron triplete. Ellos organizaron el espectáculo como empresarios del nuevo recinto. Los toros lidiados eran de su hierro de Alcurrucén y, además, apoderaban a Castella, uno de los actuantes en la corrida. ¿Hay quién de más?
Los lugareños acudieron al estreno del inmueble cargados de ilusión y con la mejor de las disposiciones. Pero taurinos, toreros y ganaderos se las dieron todas en el mismo carrillo. Las bofetadas, se entiende.
La corrida tuvo un desarrollo en muchos momentos bochornoso. Bien está que la gente, en vista del día que era, estuviese a favor de obra. Pero una cosa es el ambiente amable y otra muy distinta aprovecharse de ellos para el todo vale. El toro al que le cupo el honor de pisar por primera vez el nuevo albero resultó un ejemplar impropio para pasar a la historia del coso. Inválido, manso y acobardado, fue un auténtico mulo de carreta. Lo malo es que el resto del encierro anduvo por ese nivel. Toros descastados, sosos, desfondados y sin fuerzas. La suerte de varas fue un triste simulacro y no hubo ni un tanto así de emoción, y mucho menos de verdad.
Lo malo es que los toreros no tuvieron rubor en ponerse flamenquitos ante semejantes despojos. Algunos les alaban el que quisieron agradar al público. Solo faltaba. Está dentro del sueldo. Pero anduvieron por ahí de enfermeros, representando esta tauromaquia posmoderna de la suavidad, del tacto, del mimo y del cuidado. Del no molestar al toro, de dejarlo a su aire, de hacer faenas de enfermería y de UVI móvil. Todo un contrasentido con lo que debe ser el toro de lidia. Y, como éste no existe, a ciertos espadas incluso les jalean por inventárselos. Además alguno, tras matar de un infamante bajonazo, no tuvo empacho en vender la mercancía. De traca.