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La colocación de los años bisiestos, uno de cada cuatro años, fue implantado por Dionisio El Pequeño, un monje de Turquía que en torno al año 200 (d.C) halló la diferencia entre lo que contaba el calendario juliano y la realidad, y por el que si ese desajuste no se corregía, en el plazo de 500 a 600 años el solsticio de verano podría suceder en el solsticio de invierno y viceversa.

De este modo, el año bisiesto -cuando febrero tiene 29 días en vez de 28- viene a corregir el hecho de que cada año tiene 365 días y 4 horas, que no se contabilizan y que se suman cada cuatro años formando un nuevo día y, por ende, un año de 366 días. Dionisio observó que para que todas las fechas coincidieran en el tiempo, era preciso que febrero tuviera un día más. Según el investigador del CSIC Manuel Manianes, de no existir el año bisiesto, los seres humanos no podrían seguir el ciclo de la naturaleza, ya que, por ejemplo, la floración de las plantas reventaría en lo que conocemos como verano.