En la gastronomía internacional más reinada, las ancas de rana siempre fueron un manjar para gourmet à la page, reyes y reinas,

princesas, emperatrices y aristócratas. Le gustaban mucho a Isabel de Wittelsbach (Sissí, para los íntimos). Ella se aficionó a las ancas de rana cuando vivía, de niña, en el castillo de Possenhofen, al lado mismo del lago Costanza.

Un sirviente, Hans Müller, según algunas fuentes, las capturaba dos veces por semana para la hermosa, rebelde y fumadora Sissí, bella entre las bellas, lo contrario a la Emperatriz de las Ranas del cuento, si se nos permite la comparación. Efectivamente. Para ser la Emperatriz de las Ranas, la condición sine qua non es tener un físico de batracio y, lógicamente, pertenecer a la familia zoológica

de los batracios. No era el caso de Sissí, una persona muy culta. La Emperatriz de las Ranas no sabía ni leer. Solo croar. Había muchas más diferencias entre Isabel de Wittelbach y su majestad la batracia, pero sería «una historia muy larga de explicar», como le dice Shane al niño en el western Raíces profundas.

El chef Hans Müller las elaboraba de varias maneras. A Sissí le apasionaban al estilo Wiener schitzel, un invento inspirado en la ternera a la milanesa. La receta se ha perdido, pero no es un sinsentido imaginar que maceraría las ancas con las trufas (si las hubiere), las setas próximas al castillo de Possenhofen y un poco de oporto, las empanaría y las rehogaría con manteca de origen animal.

Regresemos al Antiguo Reino de Valencia. Seijo Alonso ha censado diversas recetas de ancas de rana. Seguro que hay más, porque todas son de Orihuela y alrededores: guisado de ranas, guisado de ranas con ñora, ranas fritas con cebolla, ranas fritas con tomate, ranas rebozadas en huevo, ranas a la plancha.

A todo esto, una confesión: yo no me comería unas ranas ni esposado