Por segundo año consecutivo, y con una hora de retraso sobre lo previsto, Tabarca se subió anoche a las tablas para rememorar ante cerca de un millar de personas la heroica liberación de sus antepasados en 1768, según narra la legendaria historia. Como en la obra de Lope de Vega, prácticamente todos los habitantes de la isla pusieron sus dotes interpretativas al servicio de sus fastos, donde el vestuario y localizaciones de la isla mostraban a los presentes los usos y costumbres de una época en la que la esclavitud marcaba el destino de los isleños. Además, más de la mitad de los actores son descendientes directos de los antiguos tabarquinos, quizá por ello su espíritu parecía invadir cada recoveco en la media hora que duró la escenificación.

Los exteriores de la isla se convirtieron de nuevo en escenario natural de los seis actos que configuran el guión. Pero las figuras más esperadas fueron las que despertaban el culto de los ancestros y de los actuales vecinos, aunque por motivos bien diversos, las auténticas protagonistas de esta obra, La Virgen del Esclavo.

Después de la imagen de la talla sacra, la otra figura de culto, pero esta vez terrenal, era la artista Sara Montiel, quien revivió el mito con un papel de reina mora el que se sentía especialmente cómoda, quizá por aquello de ser la reina del cuplé desde hace más de medio siglo. Su séquito terrenal, alrededor de 140 vecinos, actores amateurs que pusieron el máximo empeño en ceñirse a la recreación histórica impulsada por el equipo artístico de Cari Antón (dirección), Iván Calderón y Alberto Rivas, entre otros profesionales.

Caracterizados con reproducciones de las vestimentas de la época, cada uno ponía su grano de arena en aras de mantener el legado histórico e incentivar el turismo cultural en la isla. Dicen que esta iniciativa ha contribuido a mejorar la «cohesión social» de los isleños, implicados hasta la médula en la recreación de su pasado, una época turbulenta en la que la amenaza de ataques de piratas berberiscos estaba a la orden del día.

Mujeres y hombres de todas las edades reproducían con sus acciones hasta 14 trabajos artesanales, en los que participaron incluso los más jóvenes, que aparcaron por un rato las tecnologías del siglo XXI para emular los juegos que al parecer estaban en boga hace 200 años.

El público supo reconocer el esfuerzo del heterogéneo elenco rompiendo en aplausos en varias ocasiones, antes de que la interpretación del himno Tabarca, Reina del Mar y el traslado de la talla al interior de la iglesia pusieran el broche a un evento que, dos siglos después, también pasará a los anales de las historia local para sus protagonistas.