¿Cuál sería la carta de presentación de uno de los neurólogos más prestigiosos del mundo?

Simple. Soy médico e investigador. Me interesa mucho el sistema nervioso, pero no solamente cómo funciona y qué hace, sino qué significa reflexionar sobre él. Soy profesor de Neurología, Fisiología y Pediatría y clínicamente veo enfermedades desconocidas o sin diagnóstico, principalmente en niños, pero también en adultos. Y cuando puedo me dedico a la filosofía de la Ciencia.

Porque las humanidades son su otra gran pasión.

Sí, pero no hay diferencia entre una cosa y otra. Es un error tratar de separar la fantasía científica de la creación literaria o del razonamiento filosófico. Trabajar en una me ayuda mucho con la otra. Son capacidades multiplicativas.

Cuando estaba estudiando Medicina se cruzó con Severo Ochoa.

Mi padre era profesor de Filosofía en el Instituto Femenino de Gaona, donde él había estudiado de niño. Estaba en segundo de carrera cuando vino a un homenaje y pude saludarle unos minutos. Le pregunté si podía mandarle una carta y me dijo que sí. Le expliqué que quería dedicarme a la investigación, que tenía el convencimiento de que había un mundo diferente a éste, y rápidamente me dijo lo que tenía que hacer. Me escribió cartas de recomendación y me dijo que tenía que irme a Estados Unidos. Fue mi gran inspiración para dar el salto, aunque lo hubiera dado de todos modos, pero él me dió confianza y optimismo.

Se fue en 1991, entonces la investigación en España, al igual que ahora, no atravesaba un buen momento.

Estaba bajo mínimos, luego llegó a un mínimo y ahora otra vez vuelve a estar bajo mínimos. En España somos muy propensos a cambiar el sistema de forma drástica, esperando siempre que el siguiente sea mejor. Luego la vida pone las cosas en su sitio y te das cuenta de que no has hecho bien los deberes, que no has pensado en las consecuencias y que no has mirado más allá de tus intereses personales inmediatos. Y algo como la investigación, que necesita una generación íntegra para que se pueda asentar, nunca puede estar sometida a un ciclo de cuatro años.

¿Siente que se está arrinconando la labor de los investigadores en España?

Hay graves problemas de financiación. Pero me preocupa mucho más la desmoralización. El daño de verte obligado a irte de tu país es muy difícil de reparar. Yo si pudiera viviría aquí.

Pero aquí, quizás, sus inquietudes profesionales no tendrían respuesta.

Pero porque la forma de pensar de la gente es muy diferente. Las personas que tienen enfermedades de difícil diagnóstico y que participan en los estudios experimentales humanos que llevo a cabo no esperan que les cure de manera milagrosa, pero sí que contribuya a que a los que vengan después les vaya mejor. Max Weber defendía que la responsabilidad individual de cada persona.

Pero, ¿hay capacidad de recuperación?

En España hay una gran materia prima en el campo de la investigación de la que fuera nos estamos beneficiendo. Lo único que pueden hacer es salir y formarse con los mejores. Yo me permito el lujo de elegir entre currículum muy cualificados procedentes de todo el mundo, y entre ellos elegí a dos españoles porque eran los mejores. La investigación tuvo un momento de auge en España y ese talento está por alguna parte y confío en que muchos volverán. Pero el sistema tiene que cambiar radicalmente. Y no es sólo cuestión de dinero.

¿Por dónde habría que empezar para parar esta fuga de cerebros?

Cuando escasean los recursos hay que recortar, pero hay que hacerlo con un criterio objetivo e imparcial, que no dependa de influencias o de contactos. El sistema tiene que seleccionar y promocionar a la gente que tiene más méritos y en España eso no ocurre todavía. Ahora toca trabajar más que nadie porque la competencia es dura, no sólo para los que empiezan, también para los que llevamos años investigando.