Era sábado, y festivo, día de Todos los Santos. Esa tarde, hoy hace justo diez años, la Casa Real hizo público un comunicado: «Sus Majestades los Reyes tienen la gran satisfacción de anunciar el compromiso matrimonial de Su hijo, Su Alteza Real el Príncipe de Asturias Don Felipe, con Doña Letizia Ortiz Rocasolano. La petición de mano tendrá lugar en el Palacio de la Zarzuela el próximo jueves, día 6 de noviembre. La boda se celebrará a principios del verano de 2004 en la Catedral de Santa María la Real de la Almudena de Madrid».

Las filtraciones precipitaron aquel anuncio que sorprendió a toda España menos a los periodistas de la villa y corte que ya manejaban el rumor. Letizia Ortiz, por aquel entonces presentadora del Telediario-2 junto a Alfredo Urdaci, salía con «Juan el diplomático», lo que justificaba los frecuentes viajes fuera de España. Ambos coincidieron unos días antes del compromiso en los Premios Príncipe de Asturias y se saludaron guardando las formas. Pero el día 31 de octubre Letizia presentó su último informativo.

La relación tuvo que sortear obstáculos. Ese mismo sábado se supo cuál era el principal escollo que había econtrado entre las paredes de la Zarzuela: Letizia Ortiz era divorciada. Pero el príncipe, dolido por su ruptura forzada con Eva Sannum, se había plantado. Llevaba tiempo avisando de que no se sentía obligado a unirse a una mujer de sangre azul. La Constitución contempla que las Cortes españolas podrían haberse pronunciado sobre la boda del heredero si el rey se hubiera opuesto al enlace. Y si el pronunciamiento hubiese sido contrario, de acuerdo con el artículo 57 «aquellas personas que teniendo derecho a la sucesión en el trono contrajeren matrimonio contra la expresa prohibición del Rey y de las Cortes Generales quedarán excluidas en la sucesión a la Corona por sí y sus descendientes».

Pero nada de eso fue necesario, el órdago funcionó. El jueves siguiente, día 6 de noviembre, tenía lugar la petición de mano. Jardines del Palacio del Pardo, pasado el mediodía: la periodista asturiana, nieta e hija de periodistas, aparecía cogida de la mano de Felipe de Borbón, vestida con un traje sastre de pantalón y chaqueta blanco y con cuello chimenea de Georgio Armani. Pasearon, posaron para los fotógrafos junto al rey y la reina. Era su visto bueno oficial. Ella lucía en su mano izquierda un anillo de oro blanco y brillantes que muchos años más tarde, en medio de la tormenta Nóos, volvería a dar que hablar. Él, unos gemelos de zafiro y oro blanco.

Empezaron las preguntas. Letizia fue interrogada acerca de si abandonaría definitivamente su labor como periodista a lo que ella contestó que «desde hoy queda claro que es un punto y aparte en la labor profesional que he ejercido hasta ahora». Aunque añadió que no se desvincularía inmediatamente de TVE, sino de forma gradual, para integrarse progresivamente en su papel de futura reina (en realidad, no volvió a pisar Torrespaña). En ese punto, el príncipe de Asturias apostilló: «No le va a faltar trabajo, va a tener el día bien ocupado». Y ella le cortó tajante «Déjame terminar» para concluir las palabras que tenía memorizadas y en las que alababa el ejemplo de la reina, su futura suegra.

Tanto el Armani (por la elección de un diseñador italiano y no español y, además, caro) como ese gesto (carácter para sus defensores, falta de educación y vulneración del protocolo para los detractores) le valieron a la futura princesa sus primeras y amargas críticas. El 22 de mayo de 2004 la periodista salió de la Catedral de la Almudena convertida en princesa.