Layé, de 35 años, llegó a Madrid hace algo más de seis. No en patera, sino en avión -"como un señor", puntualiza-, pero no sin antes haber intentado saltar la valla de Melilla y haber pasado más de dos años en Mauritania y Marruecos reuniendo dinero y haciendo nuevos planes para volver a dar el salto con mayores posibilidades de éxito.

En Gueckedou, su ciudad natal, había dejado 11 hermanos, además de padre, madre y madrastra: una familia más que numerosa para los patrones del primer mundo, pero no para los africanos en general y los de Guinea (o Guinea-Conakri) en particular. Allí, 42 de cada 100 habitantes son menores de 15 años; la renta per cápita es 60 veces inferior a la española; la esperanza de vida -mala vida, casi seguro- apenas supera los 50 años; y la población, de 11,7 millones de habitantes, más que crecer se desborda, hasta el punto de que en sólo 30 años se duplicará.

Esa es la tendencia en toda África al sur del Sáhara, que ya se ve rebosar de gente hacia Europa. Y esa es la tendencia del planeta en su conjunto. La perspectiva de un desbordamiento global es, de hecho, tan verosímil y preocupante que hace temer un colapso.

La pregunta inmediata es: ¿se nos está quedando pequeña la Tierra? Las proyecciones de las Naciones Unidas para mediados y fin de siglo sugieren que sí, tras ser corregidas al alza por la desaceleración en la caída de las tasas de fertilidad. Es decir, que dentro de poco ya no cabremos. Los datos apuntan a un lento pero incontenible terremoto demográfico con epicentro en las zonas más pobres y onda expansiva en todo el mundo.

De aquí al año 2100 -siguiendo con el informe de la ONU-, una decena de naciones tercermundistas del África subsahariana multiplicarán por cinco su población y, con ella, su demanda de agua, alimentos y energía. Nigeria, cuya tasa de fertilidad de seis hijos por mujer es más del doble de la mundial (2,5) y cuatro veces la de España (1,5), pasará de sus 174 millones de habitantes de hoy a 914 millones a final de siglo. Esto significa que su población casi igualará a la de China, que, por su parte, perderá 300 de sus actuales 1.385 millones de almas.

Hoy la humanidad suma 7.200 millones de personas. Según la división de población de las Naciones Unidas, en el 2025 seremos 8.100 millones; a mitad de centuria, 9.600 millones, y al finalizar el siglo, 10.900 millones, es decir, un 51% más que ahora. El problema no está sólo en la magnitud del aumento, sino en su origen y composición, así como en la capacidad de la tierra y del ser humano de asumir el incremento mediante una gestión racional de los recursos. El panorama no es halagüeño.

El grueso del crecimiento previsto por la ONU corresponde a las regiones menos desarrolladas, con África, el sur de Asia y América Latina a la cabeza. Se trata, casi siempre, de países pobres pero también muy jóvenes, con altísimas proporciones de niños y con índices de natalidad muy superiores a los de las regiones desarrolladas. Esas pirámides de edad les plantean difíciles retos de educación y generación de empleo para los próximos años, so pena de hundirse más en la miseria.

En términos generales, la juventud de las regiones subdesarrolladas es directamente proporcional a la vejez de las más desarrolladas, y esto seguirá siendo así en los decenios venideros. El porcentaje de personas en edad laboral aumentará en los países pobres y disminuirá en los ricos; sobre todo, en Europa, donde los números indican que la ratio de dependencia -la suma de niños y mayores de 65 años por cada 100 habitantes en edad laboral- puede duplicarse en 40 años hasta superar el 75% hacia el año 2055.

En contraste con las predicciones de crecimiento para África, sur de Asia, Latinoamérica y Oriente Próximo, las Naciones Unidas prevén mermas demográficas de cierto calado en Rusia, Brasil, Japón y Alemania. En teoría, estos desequilibrios podrían atemperarse a través de los flujos migratorios. De hecho, esto es lo que viene ocurriendo hasta cierto punto en épocas de bonanza. Pero ¿y en épocas de vacas flacas y altas tasas de paro en países receptores?

Cuando los que huyen del hambre o la guerra no hallan la puerta de salida o se la topan cerrada a cal y canto, la tragedia resultante puede situarse en distintos niveles entre el horror y la desesperación, como ha ocurrido recientemente en Ceuta.

El rumbo de la humanidad

Entre el 2010 y el 2015, siete de los países con mayor crecimiento del mundo estarán en África, asegura el FMI. La Fundación Bill Gates va más allá. En el extremo del optimismo, la organización del magnate de Microsoft sostiene en su último informe que para el año 2035 "casi no quedarán países pobres" en el planeta. "Sí, algunos pocos -matiza- quedarán rezagados por la guerra, las realidades políticas (Corea del Norte) o la geografía (ciertos estados del interior de África sin salida al mar). Pero todas las naciones de Sudamérica, Asia y Centroamérica (con la posible excepción de Haití), así como la mayoría de los países de la costa de África, serán de clase media", asegura.

Tampoco entre los académicos y los analistas faltan quienes relativizan o incluso niegan los augurios de los organismos internacionales sobre el rumbo de la humanidad. La alarmante revisión demográfica de la ONU recibió de inmediato un torrente de críticas, tanto por lo que algunos especialistas juzgaron como errores de cálculo en la 'cocina' de los datos, como por lo que otros percibieron como un trasnochado impulso malthusiano.

Dentro del primer grupo se destacó el responsable de estrategia global del Deutsche Bank, Sanjeev Sanyal, cuya réplica obtuvo amplio eco pese al aparente simplismo de sus argumentos: "Por supuesto, la población mundial se extenderá un par de decenios debido al impulso de la estructura de edad y al aumento de la longevidad. Pero este efecto retardado terminará por ceder, a no ser que descubramos el elixir de la inmortalidad", sentenció con ironía.

El analista del Deutsche Bank estimó que el mundo alcanzará hacia el 2055 un pico de población de 8.700 millones (frente a los 9.600 previstos por la ONU) para luego ir decayendo hasta situarse en unos 8.000 millones en el 2100 (lejos de los 10.900 de las Naciones Unidas). Sanyal pasó por alto el hecho de que ya la ONU había introducido cautelas y correcciones para evitar la exageración, como la de partir del supuesto de que los países con mayores tasas de fertilidad las reducirán sustancialmente en los próximos años. Con todo, el estratega del banco alemán admitió un crecimiento demográfico inquietante de aquí a mediados de la centuria.

Al ritmo actual y como resultado del crecimiento demográfico y el desarrollo, la demanda de alimentos se incrementará un 70% de aquí al 2050. Si ahora 1.000 de los 7.200 millones de habitantes del orbe pasan hambre y 2.500 en total están en situación de pobreza, las proyecciones apuntan a que para mitad de siglo siete de cada diez personas vivirán en países de bajos ingresos y con déficits alimentarios.

La tierra se queda pequeña, pero mucho más para unos que para otros.