La pregunta „de más difícil respuesta de lo que pudiera parecer„ la ha puesto sobre la mesa la revista Mètode (editada por la Universitat de València) en su último número. Y el director de la publicación, Martí Domínguez, la hizo extensiva a los participantes en un debate celebrado en la tarde-noche del martes en el Centre Octubre. ¿Hay un pensamiento científico en la investigación de qué compañero de residencia de estudiantes roba los yogures? ¿No es una disquisición pseudocientífica la del mecánico explicando la avería ante un capó abierto? Ciencia es todo, se ha llegado a decir. ¿Dónde están entonces los límites, las delgadas líneas rojas?

Primeras definiones. Para José Pío Beltrán, bioquímico y profesor de investigación del CSIC experto en genética molecular de plantas, la ciencia «responde al interés de las personas por conocerse a sí mismas y su entorno, a través del método racional y sujeto a las limitaciones del ser humano como pensante y de los instrumentos a su alcance». En opinión de Antoni Furió, catedrático de Historia Medieval y estudioso de Joan Fuster, desde hace dos siglos es la forma de conocimiento «superior», superior a la más básica, el sentido común, a la religión, la filosofía o el arte como otras maneras de explicar el mundo.

La física Chantal Ferrer la define como a inteligibilidad del mundo, un proyecto intelectual que pretende comprenderlo, utilizando para ello la observación y la experiencia. Y Rafael Castelló (sociólogo y director del Servei de Política Lingüística de la Universitat de València) sostiene que, entre otras cosas, la ciencia es la democratización del conocimiento.

¿Humanidades «vs» naturales?

En el transcurso de la mesa redonda e incluso en la disposición física de la misma (a un lado del moderador, las ciencias naturales; al otro, las sociales) surgió esta discusión. La historia o la economía ¿son ciencia? ¿son «menos» ciencia? Pío Beltrán puso el dedo en la llaga cuando habló de que las ciencias sociales son «todo lo rigurosas que pueden llegar a ser» y bromeó respecto a que la ciencia tiene una función predictiva mientras la historia o la economía miran siempre hacia atrás. En realidad, aclaró, hay muchas maneras de acercarse al conocimiento, cambian los instrumentos según la naturaleza de la ciencia, aunque también varían los «de laboratorio» con el tiempo.

Castelló replicó de inmediato. La capacidad predictiva decae, admitió, porque las ciencias sociales forman parte de la realidad que investigan, están dentro de ella de forma inmediata, influyen y se ven influidos por ella. «El hecho de que los periódicos publiquen las predicciones electorales „ejemplificó„ ya está cambiando los resultados electorales». También Furió terció para apuntar que unas y otras son igualmente rigurosas ya que todas comparten método.

Los ponentes coincidieron que el científico se parece mucho al detective, al investigador privado (otra vez la razón, el sentido común, la observación y la prueba). En el método histórico puede no haber probetas, añadió, pero sí documentos e incluso el vacío documental. También se refirió, frente a revisionismos o negacionanismos, al consenso como validez intersubjetiva. La manipulación consciente, concluyó, es otra cosa, y desde luego no es ciencia. Ni principios. En todo caso, concedió, lo que no se da en las humanidades es esa relación causa-efecto de la genética botánica, por ejemplo, resulta más complicado que ocurra lo que se prevé, dada la implicación, la cercanía y la complejidad social.

Chantal apuntó que una asignatura pendiente es mejorar la transmisión, la comunicación del hecho científico, y alertó de la confusión que puede producirse entre la ciudadanía. La física, para terminar, dijo que quizá sea más sencillo decir qué no es ciencia. No lo es, ahí hubo unanimidad, la religión. El debate acabó con una declaración de Antoni Furió: «la ciencia es una fuente de gozo y de infelicidad».