­Cuando en 1986 una conocida cadena de comida rápida abrió su primer restaurante en la Plaza de España de Roma, a Carlo Petrini se le revolvieron las tripas. Fue entonces cuando este sociólogo italiano puso en marcha un movimiento que hoy siguen miles de personas en todo el mundo: Slow Food. Frente a la fiebre por la comida rápida (en inglés, fast food), Slow Food (su traducción sería «comida lenta») promueve una pausa para disfrutar de la gastronomía y hacerlo de forma responsable. Irene Zibert, portavoz de Slow Food Valencia explica que se trata de una «organización ecogastronómica que promueve un nuevo modelo de alimentación y disfrute con reponsabilidad». «Ha llegado el momento de cambiar gustos, apoyar los productos autóctonos», señala.

En concreto, recuerda, este movimiento se basa en tres aspectos: el alimento ha de ser bueno, limpio y justo. Por bueno se entiende el gusto, ha de ser sabroso y vinculado al territorio, a lo autóctono. «Nos acostumbramos a lo que nos ofrece la industria», dice Zibert. Por limpio, la portavoz de Valencia apunta a que los productos deben ser respetuosos con el medio ambiente, evitar el uso de químicos para acelerar los procesos naturales. «Solo de esta forma se evitarán los residuos que contaminan», destaca. Finalmente, los alimentos han de ser justos: «Debe haber una justa retribución a los productores. El trabajo de la parte más débil de la cadena no se ve dignificado ni valorado. Es entonces cuando se genera una crisis en trabajos artesanos», apunta Zibert.

Pimientos sospechosos

Además del punto de inflexión que supuso la apertura del restaurante de comida rápida en pleno centro de Roma, Zibert señala que a Petrini le llamó la atención un fenómeno que se venía produciendo en el Piamonte italiano. La región natal de este ideólogo era conocida por su producción de pimientos. Con el paso el tiempo, Petrini se percató de que cada vez era más difícil encontrar estos pimientos y de hacerlo, estos eran cada vez más pequeños y menos sabrosos y que su procedencia no era el Piamonte, sino Holanda. La curiosidad pudo con él y se trasladó hasta donde se cultivaban. Su sorpresa fue mayúscula. En su lugar encontró unos invernaderos en los que se cultivaban tulipanes, la flor típica de Holanda.

La portavoz del movimiento valenciano incide en que el objetivo es volver a un sistema alimentario de pequeña escala. Se promueve la calidad, la racionalidad, el producto sin etiquetas y las buenas prácticas agroalimentarias. En palabras de Zibert, «hay que fomentar la cocina local vinculada al territorio». En este sentido, apuesta por la dieta Mediterránea, sin excluir productos como la carne. «Solo hay que educar el gusto», insiste. Para la portavoz, «hay que empezar en los colegios». De hecho, el Valencia Montessori School ha recibido la distinción colegio Slow Food, «debido a la confluencia de valores en cuanto a la promoción de una alimentación saludable como parte del proceso educativo y la responsabilidad medioambiental que promueve el colegio, que coinciden con el ideario de la organización».

Y no se trata de modificar radicalmente la alimentación o la cesta de la compra. «Se puede empezar por pequeños gestos», dice Zibert, es «apostar por la venta directa con el productor» o comprar en mercados de abastos donde ver el producto y conocerlo mejor.