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Mujeres dentro del orden

Siempre nos ha dado qué pensar que la doctrina «definitiva» de la Iglesia „enunciada por Juan Pablo II en la carta Ordinatio sacerdotalis„, cerrara por completo el camino a la mujer como administradora de los sacramentos, pero lo que acaba de insinuar el Papa Francisco al respecto abrirá un etapa de turbulencias cuando aún no han cesado las producidas por el último documento de Bergoglio, Amoris Laetitia, que recomienda un proceso de «acompañamiento, discernimiento e integración» para persona en situación matrimonial irregular, por ejemplo los divorciados vueltos a casar.

El caso es que Francisco acaba de manifestar en una audiencia con las religiosas de la Unión Internacional de Superioras Generales (UISG) que sería factible crear una comisión oficial que estudie la acción de las mujeres como diaconisas. «Me parece algo útil esta comisión que aclare bien las cosas», fue la contestación del Papa.

El diaconado, para entendernos, es el primer peldaño del orden sagrado, al que siguen el presbiterado y el episcopado. Función del diácono es administrar sacramentos como el bautismo y el matrimonio, pero no la penitencia o la eucaristía. Los diáconos también pueden llevar el viático, celebrar honras fúnebres, realizar celebraciones de la palabra, predicar o distribuir la comunión. De hecho, muchas mujeres, laicas o religiosas, realizan algunas de esas funciones, particularmente la celebración de la palabra o la distribución de la eucaristía en ausencia de sacerdotes. Sin embargo, el diaconado les será negado en función de ese triple peldaño antes aludido, es decir, que el diácono ya forma parte del orden sagrado en la Iglesia, un orden al que no pueden acceder las mujeres.

El problema doctrinal es muy serio, pues insistimos en que Juan Pablo II lo declaró cerrado, y aquí consideramos que lo hizo de un modo precipitado y sin tener presentes argumentos no banales. Por tanto, los católicos, en sentido estricto, no pueden debatir sobre este asunto. Sin embargo, cabe citar una sesión de la Comisión Bíblica Internacional (CBI) que se celebró en abril de 1976 (y por tanto, anterior al cierre doctrinal del Papa Wojtyla). Los miembros de esa comisión respondieron a unas preguntas y los resultados fueron filtrados. Una de las cuestiones interrogaba si, según el Nuevo Testamento, ¿se ha de excluir a las mujeres del orden sacerdotal?, y la respuesta fue de doce votos negativos y cinco positivos. Y la última pregunta contenía una verdadera carga de profundidad: según el Nuevo Testamento, ¿la eventual ordenación sacerdotal de la mujer lesiona el plan de Jesucristo sobre el ministerio apostólico?, a lo que cinco consultores respondieron positivamente y doce negativamente.

Aquella sesión de la CBI no tenía función doctrinal, pero sí aclaratoria, como lo que ahora propone Francisco. Y el resultado fue que el plan de Dios para la Iglesia no se vería alterado con mujeres dentro del orden.

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