El aspecto de Kirk Huffman se asemeja al de un investigador de película: sombrero, bastón con empuñadura dorada de una cabeza de ave fénix sumeria, pantalón y americana de expedicionario. Su carrera daría para un buen guion, ya que ha vivido 18 años entre las tribus del Pacífico Sur. Concretamente, en la República de Vanuatu, donde fue fideicomiso de Naciones Unidas en su proceso de independencia del condominio franco-británico. Allí ha estudiado ampliamente la isla de Tanna, de la que habla con auténtica pasión, al igual que de Eivissa, donde también residió durante once años. Esta tarde, a partir de las ocho, compara ambas islas en Sa Nostra Sala.

¿Qué tienen en común Eivissa y Tanna?

Tienen el mismo tamaño, unos 570 kilómetros cuadrados, ambas son islas secas, con problemas de agua, y las dos tienen culturas muy conservadoras. En Eivissa hay payeses en el interior que, hasta hace poco, vivían de manera similar a cinco siglos atrás, al igual que en Tanna, donde la gente vive muy feliz. Pero las dos islas han seguido caminos de desarrollo muy diferentes.

¿Hay turismo en Tanna?

Ha crecido algo, pero hay muy poco. Allí la palabra desarrollo tiene una connotación mala y si viene un hombre blanco con la intención de hacer negocios, los jefes de los clanes piensan «¿qué querrán robar en este momento los hombres blancos?». Las tribus de allí recelan mucho de todo lo que venga de fuera y los misioneros estuvieron un siglo y medio tratando de evangelizarlas sin éxito. En la costa sí que han convertido a algunos grupos, pero no en el interior, donde hay la superstición de que todos los hombres blancos son mentirosos.

¿Cómo son sus tribus?

Se dividen en grupos lingüísticos que se subdividen en clanes o linajes. Tanna cuenta con 30.000 habitantes que hablan entre cinco y nueve lenguas diferentes. En Vanuatu hay 240.000 habitantes, del grupo étnico melanesio, como en Papúa y primos de los aborígenes australianos. Sus idiomas sólo son orales, no escritos, como antes en Eivissa, pero allí hay 130 diferentes, cada uno con sus dialectos y subdialectos. En Vanuatu se dice que los idiomas escritos son de los blancos. Tienen tres idiomas oficiales: inglés, francés y bislama, que es la lengua franca.

¿El idioma forja la identidad?

Hay que preservar el ibicenco porque la tierra y el idioma son el origen de la identidad y es muy importante que la identidad sea heredada por los hijos. Aquí es una lástima que, en cada generación, se pierdan palabras a favor del catalán estándar. Recuerdo una que me encantó: Té es canells com es xebel·lins, para referirse a una al·lota molt polida. Si los ibicencos pierden su idioma y sus palabras, pierden su identidad y luego es más fácil perder la isla.

Usted vivió en Eivissa del 90 al 2002, ¿ha encontrado la isla muy cambiada?

Mucho, la carretera a Sant Antoni parece una mezcla entre California y Alemania. Aquí se nota sa febre des sous. En Vanuatu lo llaman sik blong mani, la enfermedad del dinero, lo ven como una enfermedad contagiosa y adictiva como una droga. El Banco Mundial considera que es uno de los países más pobres del mundo, porque sólo miden la vida con dinero, igual que la mayoría de europeos. Ellos tienen un sistema económico más antiguo y sostenible que el dinero y viven muy bien del campo, como antes en Eivissa, con la diferencia de que allí la tierra es muy fértil y aquí no.

¿Por eso aquí llegó esa fiebre del dinero y allí no?

Cierto, porque aquí había que trabajar muy duro porque la tierra no es fértil. La vida era complicada, sobre todo en familias grandes, no como en Vanuatu.

¿Viven todos del campo o hay artesanos?

Cada familia cultiva sus parcelas, es muy fácil que sean muy productivas. Su dieta se basa en un 80% en vegetales, no tienen cereales, su alimento principal es una especie de patata gigante que se llama ñame y el resto es cerdo. El cerdo es el animal sagrado, su sistema económico se basa en el cerdo y tienen pasión por este animal, como en Eivissa. Hay pequeñas tiendas donde venden sal, azúcar y algo de pan, pero eso es nuevo. Hay muchas culturas en Vanuatu que no compran porque no tienen dinero ni es necesario.

¿Cuál es su esperanza de vida?

Como aquí, pero son más sanos que nosotros y están más felices y contentos. La New Economics Foundation realizó un estudio mundial, durante tres años, para encontrar el país más feliz del mundo y resultó ser Vanuatu.

¿Nos puede dar el secreto?

Ser autosuficiente, no preocuparse por el dinero y vivir una vida sana con respeto por el medio ambiente. Uno de los trabajos de los jefes de los clanes es mantener el entorno, porque allí creen que la tierra es sagrada y que no es suya, sino que son ellos los que pertenecen a la tierra. Las tribus tienen el deber de ser custodios de la tierra y de los espíritus de sus antepasados desde el inicio del mundo, así como de garantizar que permanezca para sus hijos hasta el fin del mundo. Es una misión sagrada, no pueden vender la tierra, no como en Eivissa, que se vende como cacahuetes. Un pagès mayor que conocí en los noventa me confesó que era más feliz cuando vivía en el campo antes de vender su casa para irse a vivir a la costa. Se lamentaba de que no podía hablar en ibicenco a sus nietos y de que estos no le entendían cuando hablaba de cerdos y arrobas. Eso es una lástima.

¿Qué le fascinó de la cultura tradicional ibicenca?

Sobre todo que no reconocía el feudalismo de los señores, como sí pasaba en Mallorca o Menorca. Los payeses de aquí eran hombres libres, una civilización de cultura oral, sin lenguaje escrito y que se mantuvo prácticamente hasta 1950. Eivissa fue la última cultura europea que no fue dominada por un sistema feudal y eso es algo que debería ser un orgullo para los ibicencos y una tradición a la que deberían ser fieles.

¿Le suena la anécdota del archiduque Luis Salvador de Austria cuando tuvo que pedir perdón a un payés que le hizo de guía por pedirle un plato más barato?

Ese principio de igualdad, que nadie es más que tú porque sea más rico es un sistema de honor y respeto muy saludable de la tradición ibicenca y una medicina contra el sik blong mani. La cultura ibicenca y la de Vanuatu pueden dar consejos al mundo, como la casa pagesa. Eso era una arquitectura pura, sin arquitectos. Ahora abundan los arquitectos sin arquitectura. Sa febre des sous empezó con los señores de Vila y se ha extendido. Es una lástima y tengo mucho miedo del futuro de la isla por el consumo masivo de agua y la xylella, que puede destruir los olivos y los almendros del Mediterráneo.