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Tres de la madrugada. "Quiero un gramo, pero quiero que me lo traigas al hotel". "Adónde tú quieras. No hay problema. Enseguida estoy ahí". La conversación entre consumidor y camello es ficticia, pero el contenido es absolutamente real. Se trataba de una organización perfectamente estructurada que surtía cocaína a clientes fijos de alto poder adquisitivo a cualquier hora del día y previa petición telefónica en despachos, hoteles y domicilios de toda Valencia y parte del área metropolitana -Paterna, Mislata, y Manises, entre otros-. Y llevaba meses operando. Hasta que el grupo tercero de la Unidad de Drogas y Crimen Organizado (Udyco) de la policía nacional de Valencia detuvo a seis de sus presuntos componentes y desmanteló el taller donde fabricaban los envíos. Cinco de los seis detenidos -cuatro hombres y la mujer- ya están en prisión.

La fase de explotación de la bautizada como operación Telecoca tuvo lugar el jueves de la semana pasada, cuando la policía arrestó al jefe, de 38 años, a sus dos lugartenientes, de 40 y 44 años, a la mujer de uno de ellos y a dos de los vendedores, de 22 y 36 años. De los seis, cinco tenían antecedentes policiales, tres de los cuales lo son por tráfico de drogas. Todos, menos la mujer, que es lituana, y uno de los vendedores, que es argentino, son españoles.

La peculiaridad de esta organización de traficantes a pequeña escala no sólo reside en su imitación de las empresas de envío de comida rápida a domicilio, sino en cómo camuflaban la droga: en pilas huecas, falsos bolígrafos y cigarros vacíos. Uno de los lugartenientes y su mujer eran los artesanos encargados de preparar la mercancía. Primero pesaban la droga y preparaban las dosis, casi todas de un gramo, aunque también servían de dos, tres y cinco- Después, metían el polvo en minúsculas bolsas de plástico fabricadas por ellos con máquinas termoselladoras.

A continuación, ocultaban las bolsas dentro de pequeños tubos fabricados a partir de secciones de pajitas de plástico, cortadas con la longitud necesaria para ser después introducidas en los cigarros o los bolígrafos. En el caso de las pilas, metían directamente la bolsita de cocaína en el interior, al que se accedía desenroscando una parte. Un camuflaje perfecto por la "inocencia" de los objetos, lo cual añadía más calidad y discreción al servicio de puerta a puerta que exigían los selectos clientes, cuyo estatus socioeconómico medio-alto les permitía pagar sin problemas el sobrecoste respecto a la cocaína comprada en la calle -unos diez euros más por gramo.

Turnos de trabajo

La organización llegaba a tal grado de perfección que el jefe de los distribuidores, de 44 años, fijaba turnos de trabajo para los vendedores para que el teléfono -un mismo número- estuviese siempre en funcionamiento y hubiese alguien listo para salir hacia el piso de la avenida de Francia donde fabricaban las dosis, cogerlas y llevarlas en coche o moto al lugar indicado por el cliente. Y si alguno de los vendedores estaba de "libranza", le sustituía el encargado o, incluso, el artesano que preparaba la cocaína.

Durante los cuatro registros domiciliarios -dos de los pisos (el taller y el domicilio del jefe) estaban en la zona más cotizada de la avenida de Francia- los agentes antinarcóticos decomisaron 120 gramos de cocaína, 18 teléfonos móviles y toda la utillería para preparar los envíos de droga.