Los vecinos de la calle Marià Cuber del barrio del Cabanyal de Valencia no podían sospechar que una tragedia se escondía en el viejo taller de carpintería metálica del número 28 del vial. Ayer, sólo la presencia de la policía y los bomberos les hizo pensar que algo malo había sucedido en el interior. Tras abrir un boquete en la pared los efectivos de rescate sacaron el cadáver de un hombre de 51 años. Eran las tres de la tarde.

La muerte de Liviu Fürtes, ciudadano rumano, le sobrevino de la manera más insospechada. Junto a un grupo de "sin techo", de su misma nacionalidad, había encontrado en el taller un lugar donde amagar sus pertenencias, descansar por las noches y pasar desapercibido en el barrio.

Tanto Liviu como sus compañeros accedían al taller por una pared interior que daba a un solar tapiado. Cada día saltaban dentro de la parcela y desde allí subían un muro de entre dos y tres metros de alto y por un hueco se introducían en su "vivienda". Hace tres días el fallecido se precipitó desde el muro y cayó de mala manera, según sus amigos.

"No quiso que llamásemos a una ambulancia. Decía que estaba bien. Nosotros le insistíamos para que acudiera al médico puesto que apenas se movía. Él estaba solo aquí, en Valencia", explicó su amigo Lulú mientras recogía sus enseres junto a otros habitantes del edificio.

Fue el mismo Lulú quien estos días le daba de beber "coca-cola". "Le dejamos acostado, apenas movía el cuello y una pierna. Tenía un teléfono al lado y su documentación personal por si necesitaba pedir ayuda". Ayer, Lulú regresó al taller para traerle más bebida. "Lo vi con los ojos abiertos y sin moverse, le cogí el pulso en la mano y el cuello y supe que había muerto".

Tras tres días postrado Liviu murió sin asistencia médica, rodeado de basura y escondido. Ahora la autopsia verificará las causas de la muerte, aunque el fuerte golpe en la espalda y las consecuentes lesiones pueden haber sido la causa.

Desolación

El panorama que se contemplaba en el negocio abandonado era desolador. Maquinaria de hierro pesada y una vetusta furgoneta compartían espacio con montañas de basura, garrafas de agua repletas de orina, ropa desperdigada, una cama y todo tipo de residuos esparcidos por el suelo.

Tras la marcha de los bomberos y la policía poco a poco fueron saliendo los habitantes esporádicos de aquel lugar. Grandes maletas y bolsas con ropa enganchadas a las espaldas y bicicletas. En los balcones del Cabanyal la gente miraba incrédula como por un agujero salían personas. Con treinta y nueve grados en el mercurio al sol, estos nómadas de Europa del este iniciaron su marcha por las calles del barrio marítimo.