Es mitad de la década de los 30. Los ciudadanos norteamericanos tratan todavía de recuperarse de la Gran Depresión que ha dejado a una nación en la ruina. Ciudades como Nueva York que en los felices años 20 fueron grandes templos de la fiesta, la ostentación y la posibilidad de lograr una vida mejor para los inmigrantes, ahora tratan de buscar el rumbo.

Es una época convulsa a pie de calle. La Gran Manzana sigue manteniendo la gran vida nocturna de famosos combinados con alcohol, prostitución, espectáculos, persecuciones, gabardinas y sombreros. Los gángsters se hicieron fuertes al calor de la Ley Seca y manejan muchos hilos en las grandes urbes.

En este ambiente un reportero gráfico se dedica a cazar instantáneas de asesinatos, incendios o detenciones que llegará a tener gran fama, gracias a una obra que sobrecogerá a los lectores y que mereció exposiciones en el Museo de Arte Moderno (MOMA) de Nueva York.

Su nombre era Arthur H. Felling, nacido en 1899 en Ucrania, pero ha pasado a la historia como «Weegee», el pseudónimo con el que recorría la Gran Manzana por la noche en su coche en busca de sus instantáneas de sucesos. A los siete años emigró con sus padres hasta Estados Unidos, el país en el que desarrollaría su carrera.

Realizó el grueso de su obra más reconocida entre 1935 y 1947. Se vanagloriaba de haber retratado cerca de 5.000 asesinatos, una fanfarronada que según expertos del International Center of Photography de EE UU, no estaba muy alejada de la realidad.

Este centro cuenta con un gran archivo del fotógrafo, y ofrece desde hace tiempo una muestra itinerante titulada Weegee: El asesinato en mi negocio. Así que nos topamos con un auténtico retratista en blanco y negro cualitativa y cuantitativamente de la peligrosa vida de las calles de Nueva York, donde a la luz de la luna sonaban los revólveres.

Su apodo se traduce como « Güija», en referencia al tablero que se usa en sesiones de espiritismo en el que los participantes colocan el dedo sobre un objeto que se desplaza sobre un alfabeto y que supuestamente sirve de medio de conexión con el «más allá». El nombre hacía referencia al hecho de que siempre llegaba a la escena del crimen antes que otros reporteros, incluso en ocasiones antes que los propios agentes del cuerpo de la policía neoyorkina.

Esa es la magia de su figura en la historia del periodismo y sobre todo de la fotografía. ¿Cómo lograba Weegee esas instantáneas en las que estaba él a solas con el cadáver, todavía caliente? No había poderes extrasensoriales. Su secreto era una emisora de radio instalada en su coche, en la que escuchaba los avisos de emergencias, que se había podido agenciar gracias a una licencia de la policía. Tras varios años en trabajando para varias empresas de fotografía y diarios tomó la decisión de trabajar por cuenta propia y vender sus fotos a los diarios. Sus magníficas instantáneas, que llegaban antes que las de cualquier reportero, con una gran calidad artística serían publicadas por Herald Tribune, World-Telegram, Daily News, Post, Journal-American, o Sun.

Para lograr ser el primero en llegar al lugar del crimen convirtió su coche en su casa y su oficina. Como contaba él mismo en su autobiografía: «Me compré un Chevy coupé 1938 marrón nuevecito. Mi coche se convirtió en mi casa. Era un dos plazas con un compartimento portaequipajes extra grande. Guardaba todo ahí: una cámara extra, cajas de flashes, porta negativos cargados, una máquina de escribir, botas de bombero, cajas de puros, salami, película infrarroja para fotografiar en la oscuridad, uniformes, disfraces, un cambio de ropa interior y zapatos y calcetines».

Colocar el sombrero del muerto

Como explica la profesora de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Málaga, Nekane Parejo, quien ha abordado la figura y obra de Weegee, «el hecho de llegar el primero al lugar de los hechos otorga a sus imágenes un marchamo de exclusividad que le diferencia de los demás fotógrafos. Además, esta circunstancia provoca teatralidad. Teatralidad estrechamente vinculada con la puesta en escena y que deriva en composiciones elaboradas». Según explica, en su trayectoria se repiten recursos como como colocar el sombrero del asesinado en el punto más oportuno del encuadre en función de la composición final, situaciones hoy en día impensables.

En sus fotos la muerte era cruda y sin reparos. Pero también artística, si es que lo puede ser... Al menos la forma de captarla sí lo era. Decía Weegee que «el trabajo más fácil de cubrir es un asesinato porque el fiambre estará tumbado en el suelo, no se podrá levantar e irse ni enfadarse y estará bien por lo menos durante dos horas. Así que tenía tiempo de sobra. En los incendios tienes que trabajar muy rápido».

Así, indicaba que una de las mejores fotos que hizo, y que le valió «una medalla de oro con un diamante real» fue fruto de un paseo en coche a las nueve de la noche. Vio un tipo linchado en la puerta de una tienda de dulces. «Había detectives por todos lados, los cinco vecinos del vecindario estaban en la escalera de incendios. Miraban y estaban pasando un buen rato. Algunos de los niños estaban incluso leyendo revistas graciosas y cómics. Había otro fotógrafo por allí e hizo lo que llamaban un disparo a diez pies. Hizo simplemente una fotografía del tipo tumbado en la puerta, sin más. Para mí, ése era el drama, era como un telón de fondo. Me alejé unos cien pies, usé el flash y tomé toda la escena: la gente en la escalera de incendios, el cuerpo, todo». El título fue : Asientos en el balcón para ver el asesinato. En otras palabras, traté de humanizar las historias de las noticias»

Genio y figura, su vida está cargada de anécdotas como una ocasión en la que intentaba fotografiar a un detenido que se negaba a mostrar la cara. Weegee hizo como que se iba a comer, no sin antes dejar la cámara y activar un disparador automático...o aquella otra en la que convenció a una arrestada a dejarse fotografiar « con una luz suave, como haría Rembrandt».

No sólo se dedicó a los sucesos. Retrató la vida diaria de los norteamericanos y cubrió noticias de sociedad, contando incluso entre sus negativos con algún retrato de Marylin Monroe. También hay quien lo considera pionero del género paparazzi e incluso como señala la especialista Nekane Parejo, su personalidad sirvió de inspiración para el protagonista de la película El ojo público de 1992, dirigida por Howard Franklin.En definitiva un «personaje» único del periodismo.