La vida de Manuel Frontera, más conocido en el mundillo de la calle como «el Cebolla» y «el Águila», se apagó el jueves junto a los cartones que utilizaba para resguardarse del frío en la plaza Historiador Chabás de Valencia, a escasos metros de las Corts, donde periódicamente se reunen los políticos para supuestamente deliberar sobre el bienestar de todos los valencianos. Pues en el caso de este hombre de 49 años, que vivía en la indigencia desde hacía más de cinco, no fue hasta ayer por la mañana cuando por fin alguien se percató de que estaba muerto. A falta del resultado de la autopsia, que se le realizará hoy en el Instituto de Medicina Legal de Valencia, los primeros indicios apuntan a que el indigente falleció por causas naturales al menos unos 24 horas antes del hallazgo del cadáver.

«Se acostó anteanoche (miércoles) y ayer (jueves) no se movió en todo el día, pero cómo iba a pensar que la había palmado», lamenta Toni, compañero de fatigas del fallecido y al que conocía desde hacía unos veinte años cuando coincidieron en prisión. «Me extrañó que no se levantara ni a mear y tampoco fuera a por la metadona», argumenta.

Así, ayer por la mañana tras despertarse y comprobar que su compañero, que duerme junto a éste en el hueco de un ventanal del antiguo edificio de la conselleria, seguía en la misma posición desde hacía dos noches, optó por acercarse a ver si respiraba. «Me he ido a tomar un café y cuando he vuelto ya estaba la policía», explica este indigente, que reconoce que se marchó a un bar próximo porque no quería tener problemas.

Un colaborador de Cáritas, Alejandro, que también estuvo viviendo en la calle durante años y que después de lograr salir de ella ayuda a otros que estan ahora en la situación que tanto padeció, fue quien alertó a la policía en torno a las 8.30 horas. «Le traía comida y lo llevaba a los albergues pero siempre volvía a la calle».

Al lugar acudieron agentes de la Policía Nacional y la comisión judicial, que procedió al levantamiento del cadáver. Manuel estaba destapado boca arriba y apenas llevaba una monedas encima y un teléfono móvil sin batería. Además iba indocumentado y no tenía el saco de dormir que hace mes y medio le regalaron. Sus zapatillas nuevas encima de un banco, que la policía dejó allí para que las pueda utilizar su compañero, eran el último recuerdo que quedaba de él en la plaza que le vio morir.