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Testimonio

"Quería matarla. Le dio otro hachazo cuando ya estaba inconsciente"

El único que llamó a la policía y se encaró con el ladrón que intentó asesinar a la dueña del bar es un inmigrante rumano sin trabajo ni casa - «Paré a tres conductores, pero dijeron que no era cosa suya»

"Quería matarla. Le dio otro hachazo cuando ya estaba inconsciente"

Gabriel, rumano de 45 años, caminaba de vuelta a la Casa de la Caridad, donde recibe asistencia completa desde hace dos meses tras quedarse sin trabajo y sin casa, cuando escuchó «unos gritos de mujer muy fuertes dentro de un bar. Pensé que el marido le estaba pegando y me asomé enseguida por una ventana. El atracador estaba dentro de la barra, golpeando la máquina tragaperras con fuerza para abrirla. Ella estaba inconsciente, en el suelo, aunque al principio sólo le veía las piernas. Me asomé y vi su cabeza llena de sangre. Entonces, le miré y le dije: «¿Qué pasa, hombre? ¿Qué haces?». Me miró fijamente, pero no me contestó; no dijo ni una palabra. Lo tenía a unos cuatro metros de mí como mucho. Estaba muy tranquilo. Entonces caminó hacia la mujer y le dio otro hachazo más en la cabeza».

El testigo aporta, en un excelente castellano, un relato detallado y escalofriante del asalto que mantiene postrada en el hospital, con gravísimas lesiones, a la dueña de un bar de Valencia asaltada el pasado sábado por la tarde, tal como adelantó en exclusiva Levante-EMV.

«Lo he pensado mucho y creo que quería matarla. Si no, no le habría vuelto a golpear con el hacha. ¡Pero si estaba herida e inconsciente en el suelo! Estoy seguro de que quería matarla para que no le reconociera».

Después, el asaltante, que llevaba «unos guantes oscuros de tela» cogió la caja llena de dinero del interior de la tragaperras y «con total tranquilidad salió del bar, se subió a su bicicleta, que había dejado apoyada a la entrada» y se fue. «Llevaba cargada en el hombro una bolsa de rafia de color verde, con algo en clarito, como las de algunos supermercados. Y pesaba, porque iba de lado». Se subió en la bici, una mountain-bike de color plata, muy vieja, y se fue pedaleando lentamente por la calle Alfambra, dejando tras de sí un reguero de céntimos.

Para entonces, Gabriel, desesperado, había llamado al 112 y había intentado detener a tres conductores en busca de ayuda. «Llamé, pero no venía nadie. Cinco minutos después me llamó la policía para confirmar lo que yo ya había contado. Y mientras, la mujer seguía ahí, en el suelo, y el ladrón se iba», lamenta este hombre, el único que acudió al escuchar los gritos, que se enfrentó al atracador y que buscó ayuda para la herida, que permanece muy grave en el Hospital La Fe.

En ese intervalo, que se le hizo eterno, trató de buscar ayuda y paró un coche que circulaba por la calle Poeta Monmeneu. El conductor, español, le espetó «que llamase otra vez a la policía, que no era su problema». Corrió hacia el semáforo al ver más coches parados «porque se puso rojo». La respuesta fue idéntica. Nadie quiso auxiliar.

A partir de ahí, llegaron los primeros coches de la Policía Nacional, que demandaron una ambulancia del SAMU al ver que aún tenía pulso. «Incluso les llegó a decir algo al primer policía cuando le levantó la cabeza del suelo».

Varios agentes dieron una batida por la zona. Uno de ellos incluso se lo había cruzado de camino hacia el lugar del asalto, antes de conocer su descripción, pero cuando regresaron a buscarlo ya no lo pudieron localizar. Se trata de un hombre de 40 a 45 años, de 1,75 metros de estatura, corpulento, calvo y con pelo ralo oscuro por los laterales, que llevaba unas gafas de sol grandes, cara redonda, con barba descuidada de varios días y aparentemente español. Vestía una camisa clara de manga larga, un pantalón negro o marrón de chándal y deportivas oscuras. Su aspecto es desaliñado y sucio.

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