Juan José Rivas Peñalver aceptó ayer la pena de 18 años, nueve meses y un día de prisión por asesinar a su madre el 6 de marzo de 2014, en el domicilio de Valencia donde la mujer trabajaba como empleada del hogar. El acusado justificó lo injustificable, acabar con la vida de la persona que le dio la vida, con una supuesta enajenación causada por la droga. «Fuí a pedirle dinero, no a robar a la casa. Se me nubló la vista cuando empezó a recriminarme lo de la droga y me dijo que no me daba el dinero... Me entró el repelús que me entra cuando no consumo», explicó el acusado ante los magistrados de la sección tercera de la Audiencia de Valencia. Al admitir los hechos, Rivas Peñalver fue condenado por asesinato con alevosía, con la agravante de parentesco en concurso medial con robo, ya que además de robar los 50 euros que llevaba su madre, se apoderó de un ordenador, una bolsa de marca y una caja de petardos, propiedad de la dueña de la casa donde trabajaba su progenitora. Al aceptar los hechos, logró una ligera rebaja en la condena respecto a los veinte años de prisión que solicitaba inicialmente la fiscalía.

Juan José asegura que acudió con ropa laboral al domicilio donde trabajaba su madre «para demostrarle que tenía trabajo, porque en otra ocasión me dio dinero cuando vio que llevaba ropa de trabajo». «No tenía pensado matarla», defendió a preguntas del fiscal. No obstante, admitió que utilizó unos guantes «para no dejar huellas» y que se colocó una braga y un gorro, que preparó el día antes, «para no ser reconocido», al salir de la vivienda.

El acusado acabó con la vida de su madre asfixiándola, primero con sus manos y después con un cable. Aunque no debió ser suficiente para él, porque después admitió ante la sala: «Cogí un cuchillo de la cocina y le asesté dos puñaladas en el cuello». La mujer murió por asfixia, según reveló la autopsia.

Juan José justificó su actitud por su condición de cocainómano «desde los 25 años» hasta que ocurrieron los hechos, que cometió a punto de cumplir 41. «Cuando no consumía me enfadaban, me cabreaba y me ponía muy arisco». Desde que entró en la cárcel, aseguró, «no he vuelto a consumir». Como último alegato el condenado se dirigió a su familia. «Pido perdón a mi madre, que en paz descanse y en gloria esté, porque yo llevaré esto sobre mi conciencia el resto de mi vida».