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Sucesos del pasado

Días de horror en Russafa

Se han cumplido 65 años del crimen del cine Oriente que creó una gran expectación en la prensa y la opinión pública

Fotograma de la película de 1997 inspirada en el caso. levante-emv

El viernes 30 de junio de 1950 la guardabarreras del ferrocarril, Josefina Silvestre, vio un bulto extraño en la acequia situada al final de la calle de los Centelles del barrio de Russafa de Valencia. Era un capazo y desde luego aquella mujer no podía imaginar lo que contenía. Una vez fue recuperado, al destaparlo hallaron las piernas, brazos y entrañas de un hombre. Este era sólo el primero de tres hallazgos macabros que tuvieron en vilo a la ciudad.

Este verano se han cumplido 65 años de uno de los episodios de la crónica negra de la ciudad que los más jóvenes desconocen y la mayoría recuerda porque inspiró una novela y una película (con grandes cambios en la historia respecto al crimen) protagonizada por Anabel Alonso y Pepe Rubianes.

El «Crimen del Cine Oriente» creó una gran expectación en la época que recogió este periódico con noticias diarias y que culminó con la crónica del juicio en 1951. Entonces «la masa popular desbordó los pasillos y escalinata de nuestro Palacio de Justicia, pugnando por penetrar en la sala en donde tenía lugar este proceso que tanto ha interesado a la opinión».

El epicentro del asesinato y descuartizamiento de Salvador Rovira Peña fue el Cine Oriente, situado en la intersección de la calle Sueca con Buenos Aires, y que en décadas posteriores fue renombrado como San Carlos, Acroy y Junior. Allí, este hombre trabajaba como conserje y su pareja, María López como limpiadora.

Según contaba este periódico, de los testimonios de los familiares y la sesión del juicio, Salvador era un hombre que solía llegar borracho a casa y maltrataba a María. Las crónicas la definían como una mujer fuerte que en una ocasión había sido capaz de subir en brazos a casa a sus amigos tras una noche de fiesta.

Ambos estaban separados de sus respectivas parejas y vivían en último piso del edificio en cuyos bajos se alojaba el cine para el que trabajaban. Llevaban nueve años conviviendo con una hermana y una sobrina de Salvador. Las peleas se habían hecho cada vez más frecuentes y la de la noche del 27 de junio de 1950 fue la última. Según la sentencia, Salvador llegó ebrio a casa y comenzó una discusión que llegó a las manos por unas papeletas de empeño.

Según la sentencia María se enfrentó a Salvador, seguramente defendiéndose de los habituales malos tratos, y le golpeó en el bajo vientre. Salvador acabó impactando contra un hierro saliente en la cabeza. El hombre quedó inconsciente, y ella lo acostó en la cama junto a ella.

A las siete de la mañana, cuando María se levantó a preparar el desayuno descubrió que su novio estaba muerto.

El olor se hace presente

Ante el miedo a ser descubierta esperó que las otras residentes en la casa se fueran para descuartizar el cuerpo. Lo hizo con un cuchillo y una sierra utilizada habitualmente para reparar las butacas del cine. Además, retiró la piel en la cual Salvador tenía tatuajes para que no fuese identificado. Según otros diarios locales de la época incluso pudo depilar las extremidades y pintar las uñas para que pareciese el cuerpo de una mujer.

Tanto a la hermana del hombre, como a su exmujer que preguntó por él, ya que le pasaba una manutención por los hijos, les dijo que se había ido a Barcelona sin motivo aparente.

María ocultó el cuerpo en el edificio hasta que fue evidente el olor de la descomposición del cuerpo. A una vecina le aseguró que se trataba de una trozo de carne que había comprado y se le había estropeado. Ante el hedor que se colaba en el cine, el dueño le pidió que hiciese una limpieza general y ella aseguró que se debía a las ratas muertas por el veneno.

Ante el riesgo de ser descubierta, María tomó la decisión de ir sacando poco a poco del edificio las partes del cadáver. El primer paso lo dio en la madrugada del viernes 30 de junio, con el citado abandono de parte del cuerpo en la calle de los Centelles.

El lunes, a las seis de la mañana, el vigilante de la calle encontró en el cruce de la calle Dénia y Sueca, junto a un quiosco , otro bulto mayor. Se trataba de un saco, dentro del cual había una caja, y dentro, envuelto en papel de periódico, estaba el tronco de la víctima. Las pesquisas de la policía apuntaron que el asesino debía vivir cerca de la zona del hallazgo.

El peso del bulto era grande y no podría haber sido trasladado por Russafa sin llamar la atención de los vigilantes. El sereno no había visto nada hasta las cuatro de la mañana en la esquina. Pero María, intentando disimular se delató. Había estado hablando poco antes del hallazgo con el vigilante del tramo de su calle junto al quisco. En un momento determinado, el guarda se ausentó para atender a un vecino. Ambos se despidieron y al volver el bulto estaba allí.

Las sospechas recayeron sobre ella, y aumentaron dado el olor constante en el cine. Un registro de la policía localizó el miércoles el mismo papel con el que había envuelto el primer bulto, y también la sierra y el hierro ensangrentado y con cabello.

Detrás del telón, en una caja de hojalata para guardar galletas los policías encontraron la cabeza de Salvador entre hielo.

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