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Violencia machista

"Si no me llego a escapar, me mata, estaba fuera de sí"

El presunto maltratador, que ya le había atacado antes, ha ingresado en prisión tras la brutal paliza e incumplir la orden de alejamiento

"Si no me llego a escapar, me mata, estaba fuera de sí"

El pasado 9 de diciembre Ana cumplió 36 años. Debería haber sido una fecha de celebración pero su regalo de cumpleaños fue una brutal paliza propinada por su excompañero sentimental. Pese a la orden de alejamiento que le prohibía expresamente comunicarse con ella y acercarse a menos de 300 metros por una agresión anterior por la que ya estuvo en prisión, el presunto maltratador telefoneó a su exnovia y le pidió que fuera a su casa para celebrarlo juntos.

«Me dijo que había comprado una tarta, que estaba arrepentido y que me quiere mucho», confiesa la víctima, quien lamenta haber creído nuevamente sus patrañas

Como le ocurre a muchas otras mujeres maltratadas, que confían en palabras vacías como «he cambiado» o «no volverá a pasar», Ana accedió a los deseos de su maltratador y acudió a su domicilio, situado en la localidad de Benetússer.

«De repente se transformó»

La mujer, que cuenta con un sistema de protección y telellamada automática que salta cuando su agresor se encuentra a menos de los 300 metros de alejamiento dictados por el juez, reconoce que se dejó el localizador en casa «para que no pitara» porque quería verlo. Ahora quiere que su testimonio sirva para que otras mujeres en su situación no caigan en el mismo error y no pongan en riesgo su vida.

«Al principio estaba bien, aunque noté que había bebido. Fue luego, cuando me cogió el móvil y empezó a mirar las llamadas. De repente se transformó y empezó a pegarme puñetazos. Me tiró al suelo, me arrastró de los pelos y comenzó a darme patadas», relata con gestos de dolor y el rostro amoratado, reflejo de la brutalidad con la que le golpeó su agresor mientras la insultaba y amenazaba de muerte. «Si no me llego a escapar, me mata, estaba fuera de sí», confiesa consciente del riesgo que corrió al acudir junto a él sin su localizador, inutilizando así la pulsera tobillera que portaba su maltratador desde que salió de prisión.

«No me dejaba escaparme, me rompió el teléfono y cada vez que me iba hacia la puerta me pegaba de nuevo», explica la víctima. Cuando se cansó de golpearla, y tras destrozar la casa, su agresor se fue a la habitación y ella aprovechó para huir. «Fui directa a pedir ayuda a la Policía Local de Benetússer y ellos me llevaron al ambulatorio de Alfafar». De ahí fue trasladada en ambulancia, dada la gravedad de las lesiones, al Hospital Doctor Peset de Valencia. La mujer presentaba el tabique nasal roto y varias costillas dañadas por la paliza. A esa hora su agresor ya había sido arrestado después de que la Guardia Civil de Alfafar acudiera al domicilio alertada por una llamada de una vecina que escuchó los gritos de la víctima: «¡Socorro, que me mata!».

Agresor reincidente

El arrestado pasó el jueves a disposición judicial y el Juzgado de Instrucción número tres de Catarroja, encargado de delitos de violencia contra la mujer, acordó su ingreso en prisión provisional, comunicada y sin fianza, por un delito de lesiones y otro de quebrantamiento de medida cautelar de alejamiento, según informaron fuentes del Tribunal Superior de Justicia de la Comunitat Valenciana. No era la primera vez que el acusado era detenido por un incidente violento con su pareja. El pasado 9 de septiembre, durante las fiestas de Alfafar, ya le propinó otra paliza por la que sufrió una brecha en la cabeza. El juez acordó entonces su ingreso en prisión provisional pero un mes después salió en libertad con la orden de alejamiento como única medida de protección hacia la víctima. «El sistema de localización y la pulserita para el maltratador es insuficiente, deberían de poner más medios y ayuda psicológica a las víctimas», remarca Piedad, madre de la agredida.

Asimismo, a finales de abril Ana también resultó herida tras precipitarse desde un segundo piso cuando huía de su presunto maltratador, como ya publicó este periódico en su momento. «Me rompí tres vértebras y la cadera, pero ahí fui yo sola, él trató de sujetarme para que no cayera», explica tratando todavía hoy de justificar a su agresor.

«Cuando bebe alcohol se transforma, es el demonio», añade como tratando de encontrar una explicación a una violencia que no la tiene y que únicamente es producto del carácter machista y controlador del agresor.

«Les anulan la personalidad para que les perdonen una y otra vez, pero deben de ser fuertes, la vida no da segundas oportunidades», insiste Piedad, confiada en que, al igual que su hija, otras víctimas aprendan a decir no a sus maltratadores.

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