La Policía Nacional ha desarticulado dos organizaciones nigerianas dedicadas a la explotación sexual callejera de mujeres y ha detenido a 30 personas en Torrevieja, Orihuela, Valencia, Cartagena (Murcia) y Alcalá de Henares (Madrid), de las que 18 han ingresado en prisión sin fianza.

Las organizaciones estaban dirigidas por cinco mujeres que controlaban cada una un grupo, y las chicas eran sometidas a todo tipo de castigos, como comer únicamente pan, ser obligadas a beber agua sucia con arena en rituales de vudú o a caminar desnudas por el patio de las fincas donde residían, si no cumplían con las exigencias económicas y el número de servicios sexuales por noche que les exigía la red. El director general de la Policía la describió como una de las redes «más crueles» de cuantas se han desarticulado.

Los agentes han liberado a 18 víctimas que eran obligadas a ejercer la prostitución durante más de 12 horas diarias en Torrevieja, donde estaba asentada la red que era dirigida desde Ceuta. La policía también liberó en la frontera de Ceuta a una menor embarazada. Entre las víctimas también había una niña de tan solo 16 años, a la que habían convencido para que se fugase de su familia de adopción con la que vivía en Francia.

Entre las dos organizaciones se distribuían las zonas donde colocaban a las víctimas y pactaban los precios a cobrar con el fin de controlar todo el negocio y evitar a posibles competidores. Los beneficios eran enviados clandestinamente a Nigeria -han llegado a mover más de un millón de euros en el año largo que ha durado la investigación- y se destinaba a los líderes y a invertirlo en traer más chicas. El dinero era recogido en una tienda de artesanía africana en Torrevieja y enviado con mulas humanas a Nigeria.

La red utilizaba un líder espiritual, pastor de una iglesia en Torrevieja que ocultaba en el interior de su iglesia la documentación de las víctimas, que además estaban obligadas a pagarle a cambio de su perdón por ejercer la prostitución.

Las víctimas eran obligadas a ejercer la prostitución todos los días de la semana, desde las siete de la tarde hasta primera hora del día siguiente, y no podían regresar al domicilio hasta que les dieran permiso. Una vez en las viviendas, tampoco podían descansar: las obligaban a trabajar como cuidadoras de ancianos y a limpiar y a cocinar para ellos.