Juan Antonio D. R., de 49 años, llevaba aparentemente una vida tranquila y familiar de puertas para dentro. Casado y con un hijo de 23 años este vecino de Valencia desapareció de su domicilio poco antes de que fueran hallados los cuerpos de sus víctimas. Sin embargo, durante semanas combinó estas obligaciones familiares con sus visitas al lugar del crimen para comprobar que sus artimañas para ocultar el hedor de la putrefacción de los cuerpos estaban siendo eficaces.

El ahora detenido tenía formación militar después de su paso por Palma de Mallorca. Además había trabajado como vigilante e incluso se presentó a unas oposiciones para Policía Local. Fue en el año 1993 cuando optó a una de las dos plazas como agente de la policía municipal de Montserrat junto con otros 30 aspirantes. Sin embargo, por lo que ha podido comprobar este periódico, Juan Antonio finalmente no se presentó a las pruebas psicotécnicas por motivos que se desconocen.

El sospechoso no tenía un trabajo estable en la actualidad y atravesaba problemas económicos. Con esta excusa logró que sus víctimas, a quienes conocía desde hacía años pero a las que se había aproximado especialmente de un tiempo a esta parte, le prestaran 18.000 euros. Una persona allegada a la fallecida asegura que ya le habían advertido a Araceli de que no les gustaba este hombre «porque le estaba sacando el dinero de malas maneras».

Según estas mismas fuentes, el ahora detenido les habría hecho creer días antes de cometer presuntamente los crímenes que les iba a devolver el dinero en breve cuando cobrara una herencia.

Los fallecidos no tenían una gran fortuna, ni siquiera joyas en la vivienda. Araceli, había trabajado como profesora de Geografía e Historia y su hermano Juan Carlos, de 79 años, era antiguo gestor que dejó de trabajar hace dos décadas y, desde entonces, vivía del sueldo de su hermana y de una pequeña pensión.

Pero aunque no gozaran de una situación económica boyante, para Juan Antonio ambos hermanos suponían una fuente de ingresos interesante, de ahí su acercamiento a ellos. En concepto de amigo y nunca como cuidador a sueldo, el hombre ayudaba y acompañaba a los septuagenarios a distintos sitios y en varias gestiones. Eso sí, a cambio de su supuesta amistad logró que le prestaran una importante cantidad de dinero, unos 18.000 euros. El problema surgió cuando éstos comenzaron a reclamarle lo que era suyo y éste decidió presuntamente acabar con sus vidas.