Agentes de Crimen Organizado de la Udyco de Valencia han desarticulado un grupo de narcos de origen checheno que utilizaba un chalé de un municipio de Valencia como «guardería» de un importante cargamento de cocaína cuya distribución a media escala era inminente. La banda, liderada por un exmilitar checheno a quien un juez de Valencia ha puesto en busca y captura internacional, almacenaba en la vivienda y en una nave industrial de Valencia 313 kilos de cocaína, que habían ocultado en huecos del mobiliario de la cocina, y 150 de marihuana. Por ahora, sólo hay dos detenidos: el guardián de la droga y un miembro de la banda llegado a España para organizar la distribución de la droga de forma inminente.

El responsable del grupo fue miembro de las fuerzas especiales chechenas y ha estado encarcelado en varias ocasiones en Bélgica por tráfico de armas, extorsión, tráfico de drogas y proxenetismo.

Los detenidos por la Policía Nacional estaban «obsesionados» con ser descubiertos y escondían durante largos periodos de tiempo las drogas en las paredes y techos de viviendas que alquilaban en localidades alejadas de Valencia, donde pensaban que el control policial era menor, para dificultar su detección.

Los inmuebles debían cumplir, además, características que facilitasen una posible huida o evitasen una eventual intervención policial, contar con garajes comunicados directamente con la vivienda o encontrarse en zonas residenciales poco habitadas. Celosos de su seguridad, escondían la droga en distintos sitios que sólo conocía un número muy reducido de los miembros del grupo, y el estupefaciente permanecía «dormido» al menos un mes antes de ser distribuido.

Llegaban incluso a cesar por completo sus actividades durante este periodo y abandonar nuestro país, mientras que únicamente permanecía en España uno de ellos, encargado de custodia, vigilancia e información al grupo.

Los miembros de esta organización operaban en células estancas, de no más de dos personas, lo que les permitía pasar más desapercibidos: sólo ellos y el jefe del grupo criminal conocían y tenían acceso a los inmuebles, de modo que, una eventual investigación sobre una célula no conduciría hasta las otras.

Cualquier sospecha suponía el cambio inmediato de domicilio, incluso el simple hecho de que los vecinos del inmueble empezaran a saludarles tras un tiempo viviendo en el mismo sitio. Tenían órdenes de vestir únicamente de negro o blanco, evitando otros colores que llamasen la atención, y el encargado de la custodia no podía salir de su domicilio salvo para controlar o comprar alimentos, por lo que llegaba a pasar días enteros sin abandonarlo.