Valter lleva cuatro años aparcando coches en un tramo de la calle Castellfabib, por los aledaños de la avenida de Campanar, . Es búlgaro, como el resto de los gorrillas de la zona. «La avenida es de los rusos», aclara en un castellano más que escaso. Es su primo Dimitar quien le hace las veces de intérprete y quien, en general, se ocupa de todas sus gestiones. En la mañana del pasado 2 de noviembre, un exlegionario español de 53 años, con largas estancias en prisión y fama de conflictivo, atacó presuntamente a Valter por la espalda, cuando estaba sentado en un banco del parque de la calle Castellfabib, en compañía de su mejor amigo, casi un hermano, Svilen, de 43 años, tres menos que Valter.

Recibió dos cuchilladas en la cabeza, una casi en la frente y la otra en la parte de atrás del cráneo. Tuvo mucha suerte, porque el cuchillo, pese a ser de cocina y tener 25 centímetros de hoja, apenas perforó el cuero cabelludo. Además, al moverse su víctima, falló el siguiente envite. El presunto autor se fue del lugar y Svilen, viendo «cómo sangraba Valter por la cabeza, salí corriendo a la farmacia, a pedir una toalla y que llamaran a una ambulancia. Creí que se moría».

Dos horas después, cuando Valter ya estaba en el Hospital Arnau de Vilanova y la calle se había tranquilizado, «volvió la Policía Nacional y me detuvo. Me dijo que había sido yo, que lo decían dos testigos, una mujer que dijo haberlo visto todo y un hombre que paseaba su perro».

Pero no tenía mucho sentido. El agresor había gritado, en un claro castellano sin acento extranjero: «¡Muérete, búlgaro hijo de puta, muérete!». Svilen apenas acierta con unos cuantos vocablos. Y también es búlgaro. Y fue el primero en prestar ayuda a Valter y procurar que viniese la policía. Aún así, pasó la noche en el calabozo. Su única llamada la agotó pidiendo a Dimitar que fuese al complejo policial de Zapadores, donde estaba encerrado, y que deshiciese el entuerto.

«Recogí a mi primo en el hospital en cuanto le dieron el alta y nos fuimos a declarar y a decir la verdad: que se habían equivocado de culpable, que mi primo sabía quién era: un español que ya les había amenazado varias veces porque les quería echar de esa calle para aparcar él los coches», explica Dimitar. Al día siguiente, Svilen, que lleva nueve años como gorrilla en Valencia, fue llevado ante el juez de Instrucción 4 de Valencia. El magistrado no sólo le creyó a él y a la víctima, sino que vio suficientes contradicciones en el atestado policial como para decretar libertad sin fianza. Y así continúa.

A los 12 días, agentes de Policía Judicial de la comisaría de Trànsits arrestaban al presunto verdadero autor de la agresión, el exlegionario español, acusado de un delito de odio y de otro de intento de asesinato. «Desde que lo sé [por este periódico], estoy mucho más tranquilo. Cuando me di cuenta de que me estaba acuchillando, creí que me mataba. Desde entonces, me asusto, no duermo por las noches y desconfío de todos los que pasan cerca de mí en la calle», relata Valter, que está en tratamiento médico con tranquilizantes y a quien se le ha cubierto el pelo de canas a raíz del incidente. Aún así, tuvo que volver al día siguiente a la calle, su único medio de vida.