Una vez probada la autoría de Julio Alberto B., el boxeador y presunto sicario argentino, como la persona que roció con ácido a un hombre tras una fatídica confusión en una terraza del centro de València, y tras la confesión de los otros dos acusados que lo acompañaban el día de la agresión, el 18 de julio de 2014, el juicio por estas graves lesiones, que han dejado a la víctima ciego de un ojo y con visión limitada en el otro, se centró ayer en tratar de demostrar la supuesta culpabilidad de la joven que contrató al sicario y el móvil pasional que le llevó a ello.

Ana E. L., quien se enfrenta también a una pena de doce años de cárcel al igual que los otros tres acusados, sigue insistiendo en su inocencia y en negar que tuviera una animadversión hacia el joven al que habrían rociado con ácido, de no ser por la confusión. El supuesto objetivo, quien habría tenido una relación amorosa con una amiga de Ana, de la que ésta estaba enamorada, tenía que asistir un día más tarde a un concierto en un pub de la plaza del Cedro. El error del día, un relativo parecido con la víctima y un comentario del sicario argentino a sus cómplices, malinterpretado por éstos (les dijo que era gallego refiriéndose a español y le localizaron a un joven de Galicia), hicieron el resto.

Indicios contra la acusada

Además de las 77 conversaciones de Whatsapp entre Ana y Julio Alberto B., al que solo decía conocer por ser el dueño del gimnasio de Silla al que se había apuntado ese verano, y que fueron eliminadas por la propia acusada, en la causa figura un mensaje en el que ésta le pregunta al sicario: «¿Está todo arreglado?», y éste le contesta que vaya para hablar en persona.

Los investigadores del grupo de Homicidios de la Policía Nacional, que declararon ayer en la vista oral, aseguraron que el propio Julio Alberto B. la incriminó de forma espontanea cuando lo trasladaban a calabozos y que varios testigos corroboraron la obsesión que sentía Ana hacia su amiga Verónica, así como una discusión que tuvieron por llegar tarde a un partido de fútbol y besarse con este chico. «Este tipo de agresiones con ácido esconden siempre un móvil pasional porque si la víctima no muere, el agresor se asegura que deje de ser atractiva para los demás», argumentó la instructora del caso.

El hombre al que supuestamente iba dirigido el ataque también declaró ayer, aunque en su testimonio manifestó no haber visto nunca a Ana y negó haber tenido ningún tipo de relación amorosa o sexual con su amiga Verónica. Asimismo ésta insistió también en este sentido tratando de exculpar el supuesto móvil que tendría Ana para haber encargado rociar con ácido a su amigo.

No obstante, la Audiencia Provincial de València reprodujo durante la vista varias de las conversaciones telefónicas intervenidas en las que esta testigo reconocía que se había enrollado un par de veces con esta persona y que Ana «le tenía mucha manía a este chaval». «Sé que le tenía mucha tirria, muchísima». «Está como una regadera, todos los sabemos», fueron algunas de las expresiones que utilizó cuando hablaba por teléfono con otra testigo y con la madre de la acusada. Los días previos al ataque ambas amigas se marcharon a Girona. Esa iba a ser la coartada de Ana.