Doce años de cárcel por destrozarle la vida a un joven arrojándole ácido cuando se encontraba tranquilamente con unos amigos en la terraza de un bar de la capital del Túria en julio de 2014. Esa es la pena que le ha impuesto la Sección Quinta de la Audiencia Provincial de València tanto al autor material de la agresión como a la inductora que lo contrató, ambos por un delito agravado de lesiones causantes de inutilidad de miembro principal, en este caso la vista. Como consecuencia de este ataque, en el que la víctima ni siquiera era el objetivo real al que buscaban los ahora condenados , éste sufrió la ablación del ojo izquierdo con pérdida total de visión del mismo y parcial del otro.

Asimismo, los dos cómplices que acompañaron al sicario argentino hasta la plaza del Cedro de València y que debían marcar al objetivo, han sido condenados a sendas penas de cinco y cuatro años y medio de cárcel, al tener en cuenta la circunstancia atenuante de confesión.

De igual modo, la sentencia, que aprecia la agravante de alevosía, remarca las graves secuelas que le provocaron a este joven licenciado en Físicas que estaba terminando su doctorado en la capital del Túria y que fue confundido con otro joven, a quien la ahora condenada quería «joderle la vida», según confesó el propio sicario en el juicio.

El fallo considera acreditado que la ahora condenada pactó el pago de 2.000 euros al dueño de un gimnasio de Silla que frecuentaba ésta, movida por los celos al no ser correspondida por un amiga de la que estaba enamorada. Así, se han tenido en cuenta entre otras pruebas para desmontar la versión de la acusada, quien negó en la vista oral dicho móvil pasional, «unas conversaciones telefónicas muy reveladoras» entre su amiga y su propia madre. En ellas se refleja la manía que ésta le tenía al joven con quien había mantenido una relación sentimental su amiga.

En este mismo sentido, en la sentencia también se hace constar un episodio en el que ambas amigas habían quedado para ver un partido de fútbol entre el Valencia y Real Madrid y cómo la inductora se enfadó porque la joven llegó tarde en compañía de este chico y ambos se despedían con un beso. A todo ello, y a las incriminaciones directas del sicario, se suma la extracción de 2.000 euros que realizó la ahora condenada días antes del ataque y las 77 conversaciones de WhatsApp -que fueron borradas por ésta- entre ella y el dueño del gimnasio (condenado como autor material).

En los hechos probados se aclara que la joven le dijo a esta persona, exboxeador, que había sido violada y que iba a contratar a unas personas para «joderle la vida». Así, le facilitó una fotografía de su supuesto agresor y le dio indicaciones de la fecha y lugar en el que podría encontrarlo porque iba a actuar su hermano en un concierto.

No obstante, aunque tanto el autor material como sus dos cómplices creían que se trataba de un presunto violador, la sentencia considera que ello no les exime de culpa alguna y solo se trata de «una justificación moral.

Una fatídica confusión

Respecto a la confusión sobre la víctima, la sentencia establece que el sicario roció con ácido sulfúrico al joven gallego (sus cómplices no entendieron que se refería a una persona española cuando éste les dijo que era ´gallego´), pese a que éstos le transmitieron que no era el mismo de la fotografía, aunque sí tenía cierto parecido físico.

Ese cúmulo de despropósitos; estar en el lugar inadecuado, ser gallego y parecerse al joven al que iban buscando, le ha costado muy caro a la víctima, quien desde entonces sufre una incapacidad permanente parcial para su trabajo como físico. «Tenía un futuro brillante, que ha quedado totalmente truncado», remarca el juez en el fallo.