Varios miles de euros. Ese sería el «botín» obtenido por Carlos A. G., de 37 años, el hombre que el pasado jueves se entregó en la comisaría de Ontinyent para confesar que había matado doce días antes a un septuagenario en Albaida y que había arrojado su cuerpo a una antigua escombrera, a 50 metros de su casa.

Así se desprende de las investigaciones llevadas a cabo por el grupo de Homicidios de la Guardia Civil que ayer entregó al detenido y las diligencias en el Juzgado de Instrucción número 4 de Ontinyent, en funciones de guardia. El autor confeso del crimen de Salvador Tormo, que tenía 75 años, ya se encuentra en la cárcel de Picassent desde la una de la tarde de ayer por orden judicial.

Tal como adelantó ayer Levante-EMV, el móvil de este homicidio es económico. De hecho, la investigación realizada por el grupo de Homicidios ha revelado que el ahora encarcelado habría extraído varios miles de euros -en torno a 5.000, según las fuentes jurídicas consultadas- con las tarjetas de crédito y de débito de Salvador Tormo, a quien se las habría arrebatado tras darle muerte en su propio domicilio, en la calle Quatretonda de Albaida, el pasado 23 de septiembre.

Al parecer, el presunto asesino llegó incluso a pagar personalmente en algún establecimiento haciendo uso de al menos una de las tarjetas, lo que dejó un rastro electrónico que la Guardia Civil ha podido seguir sin dificultad.

Tal como publicó ayer este diario, Carlos también se quedó con el móvil y con el coche de la víctima, y ha estado haciendo uso habitual de ambos desde que desapareció Salvador, para sorpresa de sus convecinos y de la hermana de Salvador, Regina, que fue quien denunció la ausencia de su hermano y puso a la Guardia Civil sobre la pista de Carlos.

Lo conocía desde hacía un año

Según la investigación policial, Carlos conoció a Salvador hace un año, cuando el septuagenario se trasladó a Albaida, su localidad de origen, desde Madrid, donde residía desde hacía años. Tras separarse, el hombre decidió dejar la capital para regresar a la casa familiar, en Albaida, que compartía con su única hermana viva.

Desde el principio, Carlos buscó la amistad de Salvador, de quien todo el mundo sabía que disfrutaba de una situación económica holgada, con el piso de Madrid, la casa de Albaida y un apartamento en Benidorm.

De momento, aún está pendiente el análisis de las cuentas bancarias del septuagenario, pero existen fundadas sospechas de que Carlos se podría haber estado beneficiando económicamente de su cercanía con Salvador, aunque el juez deberá dirimir ahora si el dinero que pudo obtener el acusado fue entregado voluntariamente o no por su víctima.

Según consta en las diligencias policiales, la muerte de Salvador habría sido premeditada, lo que la convertiría en un asesinato. Los investigadores mantienen en su atestado que Carlos habría planificado el asesinato de Salvador, para lo cual habría simulado que tenía un comprador para el apartamento de Benidorm y habría convencido al septuagenario de viajar a la ciudad costera con él. Pero era falso: no hay un solo dato que apoye la existencia de comprador alguno.

De hecho, nunca salieron de Albaida. Tras citarle en su casa, lo habría matado propinándole numerosos golpes en la cabeza con un objeto contundente y romo. Luego, cogió las tarjetas y el móvil, esperó a la noche y, al amparo de la oscuridad, sacó el cadáver de Salvador envuelto en una mata y una colcha, lo cargó en el coche y lo llevó hasta la escombrera próxima al barranco del Verger, a menos de cien metros de su casa.

Tras arrojarlo entre los escombros, lo cubrió con arbustos arrancados en los alrededores, cascotes y arena, y regresó a casa. Cuando Regina, la hermana de Salvador, llamó alarmada al teléfono móvil de su hermano porque hacía horas que no sabía nada de él, Carlos tuvo el valor de contestar y decirle que no se preocupase, que su hermano se había quedado en el apartamento de Benidorm y que tenía la intención de pasar allí una temporada. La mujer no se lo pensó dos veces y denunció ante la Guardia Civil.

Confesión al sacerdote

Dadas las circunstancias que rodeaban el caso, la desaparición fue tildada de «inquietante» y pasó a manos del grupo de Homicidios. Las reiteradas visitas de sus agentes a Carlos y la presión ejercida sobre su entorno por la constante presencia de los investigadores en Albaida llevó al principal sospechoso a entrevistarse con el párroco de un municipio próximo con el que tenía mucha confianza y a confesarle el crimen. En ese momento, llevaba ya días bajo vigilancia. Sin titubeos, el sacerdote le aconsejó que se entregara.

Carlos A. G., con antecedentes por apropiación indebida, estafa y robo de coche, esperó a celebrar su 37 cumpleaños con sus allegados y, al día siguiente, 5 de octubre, se presentó en la comisaría de Ontinyent y confesó que había matado a un hombre. Luego, detalló los hechos a los agentes de Homicidios y esa misma noche llevó a los investigadores hasta donde había arrojado el cuerpo de su víctima. Desde la una de la tarde de ayer permanece ingresado en la cárcel de Picassent a la espera del juicio.