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Historia

El héroe olvidado de la guerra de Filipinas

El bisnieto de un valenciano condecorado con la Laureada de San Fernando en 1895 lleva seis años intentando en balde que Enguera dedique una calle al militar, natural de este pueblo

El héroe olvidado de la guerra de Filipinas

Poco se imaginaba Juan Miguel Agustí Aparicio que la medalla de guerra de su bisabuelo con la que jugaba de niño era la más preciada distinción militar española: la Cruz Laureada de San Fernando. Juan, que debe su nombre al condecorado sargento de artillería enguerino Aparicio Micó (1866-1937), lleva siete años reconstruyendo la historia de este militar que durante la década que luchó contra los rebeldes musulmanes en Filipinas (1888-1898) cosechó hasta 8 medallas por el valor demostrado en combate en la isla de Mindanao.

En los archivos militares de Avila, Segovia y Guadalajara, Juan Miguel ha encontrado la hoja de servicios de su bisabuelo, ascendido a teniente por méritos de guerra, y también el juicio contradictorio que instó el gobernador militar de Filipinas y marqués de Peñaplata, el general Ramón Blanco, para que le concedieran la Laureada por el asalto y toma de Marahuit del 10 de marzo de 1895.

Esta localidad de 300.000 habitantes, era el principal bastión de los indígenas de Mindano al dominar el gran lago Lanao. Estaba defendida por tres cotas fortificadas contra las que la artillería de montaña de las tropas españolas, entre 3.000 o 5.000 hombres, era insuficiente para «batir aquellas obras, en que el enemigo había reunido todos los medios de defensa imaginables», relata la Revista Contemporánea en su cuarto tomo de 1895. «Pozos de lobo cuajados de grandes púas, abrojos que impedían el paso, profundo foso que se hacía casi imposible de franquear, parapetos desenfilados en que tierra, piedra y troncos constituían un muro atravesado de tubos por donde asomaban cañones y lantacas (pequeñas piezas de artillería), y aspilleras para fusilería», añade.

Los dos primeros ataques son rechazados por los defensores, que rematan con lanzas a los que caen heridos en los fosos. La tercera oleada la lidera la compañía de Aparicio Micó. El enguerino, precedido por los soldados Rufino Lucas y José Castillo, es el tercero que logra trepar por el muro y alcanzar la cresta de la fortificación de Marahuit, la cota de May Pak-Pak. En el juicio contradictorio todos los testigos coinciden en que el sargento, «habiendo sido gravemente herido desde un principio» en el muslo, «permaneció sobre el techo de la torreta del ángulo derecho de la cota hasta que le faltaron las fuerzas para estar de pie». Los otros dos artilleros también cayeron heridos. Dos años después, Rufino recibiría por esta acción la Laureada de manos de la reina regente Mª Cristina.

Un total de 17 oficiales y soldados españoles murieron en el asalto, que registro 215 heridos. Sin embargo, la peor parte se la llevaron los aliados filipinos aliados con180 muertos. En las filas insurgentes se contaron 108 muertos, entre ellos el líder de los rebeldes, Amani Pak-Pak, su hijo y otros 21 datus o nobles locales.

Este triunfo fue el canto del cisne de aquel imperio en el que nunca se ponía el Sol, pues la Guerra Hispano-Estadounidense que iba a estallar tres años después acabaría precipitando el Desastre del 98 y la pérdida de las últimas joyas de España en Ultramar: Cuba, Filipinas, Puerto Rico y la isla de Guam.

«Paseíllo» de cuerpo presente

El final de Aparicio Micó también fue igual de triste, ya que durante la Guerra Civil un grupo de incontrolados asaltó su casa en Enguera y le propinó una paliza de muerte. Uno de sus hermanos lo salvó ocultándolo en la sierra, pero debido a su debilidad enfermó de pulmonía. Murió a los 70 años el 25 de abril de 1937. Cuando estaba de cuerpo presente en su casa, el grupo que había intentado asesinarlo volvió para darle «el paseíllo».

Para evitar la segunda muerte, la del olvido, el bisnieto de Aparició Micó lleva seis años reclamando al Ayuntamiento de Enguera, presidido por el alcalde Santiago Arévalo (PP), que dedique una calle al héroe de Marahuit. «Los militares que me han felicitado por mi empeño en recuperar la memoria de mi bisabuelo, me dicen que todos los Laureados tienen calle en su municipio natal», cuenta Juan Miguel.

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