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«Ciudad y reino»

Mitos y verdades del Siglo de Oro

Un libro escrito por 27 historiadores aporta las claves para entender la Valencia del siglo XV y desmonta algunos tópicos de la época histórica más brillante de la ciudad

Junto con las imprescindibles referencias a la Catedral, a los conventos, al rico adorno de sus iglesias, a sus magníficos edificios, como el Palacio Real, las murallas y la Lonja, así como los estragos que causaban las regulares inundaciones del Turia, a los forasteros del siglo XV y principios del XVI les llamaba la atención la elevada población que había en Valencia, una ciudad rica y populosa, más que Madrid y Barcelona. En la época histórica de mayor pujanza económica y cultural de la ciudad, sus habitantes se presentaban con lujo y adorno, seguían la moda del momento, y mostraban su gusto por el arte y la música. Hasta tal punto que la nobleza, que solía residir en apartadas residencias solariegas, se instaló en sus residencias urbanas atraída por las promiscuas vivencias urbanas.

Los viajeros se hacían eco del dinamismo comercial y de la belleza de la Lonja, pero también criticaban las deficientes infraestructuras portuarias y llamaban la atención sobre la vida licenciosa de los valencianos, muy dados a hacer día de la noche. Loaban la belleza y los generosos escotes de las mujeres —muy aficionadas a la moda y a la cosmética—, la elegancia en el vestir, las buenas maneras y el trato elegante y cortés. Así lo explica el catedrático de Historia medieval Rafael Narbona Vizcaíno en «Ciudad y Reino. Claves del Siglo de Oro valenciano», una publicación que el Ayuntamiento de Valencia acaba de presentar y que analiza al detalle la Valencia del siglo XV, sin duda, la etapa histórica más brillante de la ciudad, «cap i casal» y capital del Reino, pero también una época plagada de tópicos y mitos que los historiadores desmontan ahora.

La Valencia del Siglo de Oro estuvo marcada por el auge económico, apoyado en el comercio con Flandes, y por su agitada vida cultural y política. Sin embargo, era una sociedad donde el esclavismo estaba plenamente instalado y no había comerciante o artesano que no tuviera uno o varios esclavos. Esta es una de las vergüenzas del siglo XV valenciano de la que apenas ha hablado la historiografía.

Los esclavos procedían del Magreb o Granada, también los había tártaros y rusos y, a desde mediados del siglo XV, comienzan a proliferar los esclavos subsaharianos. Francisco Javier Marzal Palacios explica que las transacciones de los negreros tenían lugar en las calles y plazas más concurridas.

También llama la atención lo asentada que estaba la prostitución y a la profusión de burdeles en la ciudad. A finales de la Edad Media, la prostitución pública abarcaba un gran contingente social y generaba un productivo comercio a su alrededor, lo que llevó a los dirigentes urbanos a regular el sector, sin dejar de considerar el oficio como algo deshonesto. De hecho para diferenciar a las meretrices de las mujeres decentes se obligaba a las prostitutas a vestir con vestido blanco y delantal azul. Desde 1350 se obligó a todas la prostitutas a instalarse en el arrabal, convertido en meretricio y ubicado al oeste del actual barrio del Carmen. Existía la figura de un regente directamente nombrado por el justicia criminal para dirigir el burdel, que no era una casa sino todo un barrio con diferentes hostales y casas particulares. El burdel de Valencia no era un espacio marginal, descuidado o sórdido sino lo contrario, las casas tenían un aspecto limpio y cuidado, explica Noelia Ragel.

Otro mito que desmonta el libro es el de la falta de higiene de los cristianos del medievo de los que se ha dicho que no se bañaban. Los Baños del Almirante, los únicos baños públicos históricos que se conservan en Valencia, no son de origen andalusí tal como se pensaba hasta hace unas décadas y como podría imaginarse por arquitectura. Las pruebas arqueológicas, tipológicas y documentales lo desmienten con rotundidad, asegura Agustí Campos. Su fundación se sitúa en el primer cuarto del siglo XIV, cuando se contaban en Valencia hasta 15 casas de baño, sin embargo, el falso mito de la falta de higienes de los cristianos perdura.

Chuletas con azúcar

El libro coordinado por Narbona ofrece hasta 80 claves para entender un periodo histórico que iría de 1375 a 1516 desde distintos puntos de vista que abarcan desde el gobierno de la ciudad, la hacienda, las fronteras y la religiosidad, hasta el urbanismo, la actividad comercial, los mercados y la institución pionera de la Taula de Canvis, pasando por la gastronomía, el ajuar y las costumbres y usos sociales en una urbe donde el centro político era la Casa de la Ciutat, un edificio suma de muchas ampliaciones y reformas de cuya fachada pendía la Senyera y que fue derribado en 1860. El libro incluye una figuración de este edificio, que se ubicaba en el actual jardín del Palau de la Generalitat, en la plaza de la Virgen.

Por lo que respecta al vestir, los valencianos del Siglo de Oro se apuntaron primero a la moda francesa, con extravagancias como los altos tocados cónicos o los rodetes, que con telas y ganchos imitaban cuernos. Posteriormente se inclinaron por los gustos que llegaban de los Países Bajos y por último a la influencia italiana, añadiendo elementos originales, en el caso de las mujeres, como redecillas y velos en forma de alas.

Los escotes de los vestidos se abrieron hasta el punto de casi enseñar los pezones, que se maquillaban con azafrán para destacarse. Un elemento más del complicado maquillaje del que hacían uso las valencianas y que incluía blanquete para disimular el moreno y negro para los ojos. Los hombres también se maquillaban y los más presumidos se recortaban la barba formando curiosos dibujos.

En la Valencia del siglo XV funcionaba un importante mercado de segunda mano, que se nutría en de las pertenencias de los difuntos, que se subastaban cada semana en la plaza del Mercado.

En la Valencia del Siglo de Oro, los pobres, comían pan y vino, apenas carnes y unas pocas legumbres, cebollas y ajos. Los mercaderes, nobles y alto clero, en cambio, disponían de cocineros profesionales, para los que se escribían complejos libros de recetas. Entre las curiosidades culinarias, Juan Vicente García Marsilla asegura que los ricos de la época comían chuletas con azúcar. Se fusionaba lo picante y lo dulce, como experiencia gustativa a modo de cocina de autor. Las salsas contenían numerosas especias como pimienta, canela, clavo, jengibre, azafrán y otras menos usadas hoy como el macís, la galanga o el grano del paraíso.

Entre los mitos que desmonta el libro está el que atribuye la industria sedera a la herencia de los musulmanes que posteriormente desarrollaron los judíos. En Valencia llegó a haber 1.200 telares de sedería cuyo origen tuvo mucho que ver con la llegada a la ciudad de artesanos genoveses, «más que a una herencia».

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