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Los guitarreros Sanchis cumplen un siglo

Los padres del duende flamenco

Los constructores de guitarras Hermanos Sanchis cumplen cien años tras servir a Paco de Lucía o Estopa y exportar piezas de 8.000 euros por todo el mundo

Ricardo Sanchis Carpio, en el centro, entre sus hijos David y Germán, que son la cuarta generación de este taller de guitarreros artesanales.

El biznieto del fundador responde que no existe «secreto de la Coca-Cola» para que las guitarras de los Hermanos Sanchis sean mundialmente famosas, para que hayan sido rasgadas y acariciadas por gigantes de la talla de Paco de Lucía, Tomatito, Ramón de Algeciras, Enrique de Melchor, Chema Vílchez, Salva del Real, Antonio Sánchez o los Estopa. Que no hay truco para que el taller haya resistido hasta cumplir ahora cien años con una saga de artesanos que va por la cuarta generación y que deslumbra a guitarristas de todos los continentes capaces de gastarse los entre 1.500 y 8.000 euros que valen estas joyas de seis cuerdas. Y mientras el hermano mayor David niega que haya otro secreto que la voluntad de hacer las cosas bien y aplicar la herencia familiar recibida, su hermano pequeño Germán acude presto al fotógrafo que lo estaba retratando minutos antes en pleno proceso de fabricación y le pide, por favor, que elimine las fotos que revelan ciertos detalles que conviene no divulgar a la competencia. «Cuantas menos pistas demos, mejor», dice con una media sonrisa. Son pequeños secretos o toques personales basados en el aprendizaje continuo que han convertido a esta empresa familiar —ubicada en un taller del barrio valenciano de Ciutat Fallera— en un referente en el sector menguante de los guitarreros artesanales. «Cada vez son más los fabricantes industriales que venden guitarras a 200 ó 300 euros. Pero esto es otra cosa», sintetiza con el mono de faena David Sanchis.

No cabe duda de que sí, de que esto es otra cosa. Una meca anacrónica de la artesanía. El taller esconde en cada rincón detalles sorprendentes para el profano. Hay multitud de maderas apiladas en los altillos o en los laterales de las estancias. Cada pila de maderas (abeto alemán, ciprés español, ciprés italiano, palo santo de la India, de Madagascar o de Brasil, ébano camerunés, arce, cedro hondureño y canadiense, palo violeta brasileño?) va identificado con un polvoriento papelito lleno de microvirutas. Es su matrícula: año de la madera y especie arbórea. «Como es un proceso artesanal y limitado, dejamos secar la madera de forma natural. Diez o quince años. O más. Tenemos una madera de palo santo de Río, extinguida desde 1992, que lleva más de cuarenta años secándose», dice David. Imagínate cómo sonará esa madera cuando la convirtamos en guitarra, dicen sus ojos de artesano. Y figúrate lo que valdrá, dice su mirada de empresario.

Los «Geppettos» de la guitarra

Es curioso su trabajo. Son cuatro empleados y tres ayudantes. Están especializados en fabricar guitarra clásica y flamenca. Pero más allá de cuatro acordes básicos, ninguno de ellos sabe tocar la guitarra. Su papel es otro. Son algo parecido a Geppetto, aquel carpintero sin hijos que construyó con madera a Pinocho y cuya obra recibió el soplo mágico de una hada que dotó de vida a la marioneta. Del mismo modo, los Hermanos Sanchis crean una obra de arte para la vista —pues no otra cosa son estas bellezas formadas por caja de resonancia, mástil, puente, diapasón, trastes, cuerdas, clavijero y golpeador en las flamencas— que luego será convertida en otra obra de arte para el oído y el corazón por las manos que la toquen. Ellos, como artesanos, siembran la semilla del duende en el instrumento para que los artistas lo acaben de sacar entero a la luz.

Así llevan desde 1915, cuando Ricardo Sanchis Nácher (el bisabuelo) fundó la casa de guitarras. Aquel ancestro aprendió desde niño con constructores de guitarras valencianos: Sant Jordi, el Tio Ximo, Salvador Ibáñez, Telesforo Julve? La mili lo llevó a Madrid. Y allí trabó relación con grandes constructores. Casa Ramírez, Casa González y, en especial, Domingo Esteso. Con él prosiguió la relación su hijo, Ricardo Sanchis Badía, quien comenzó a exportar guitarras por toda España y revolucionó el negocio familiar.

Ahora se enorgullecería de ver, nada más entrar al taller, una caja embalada con una guitarra en su interior que va destino a Nicaragua. Viajan a medio mundo. Pero con unidades limitadas. «Hacemos unas 150 al año», señala David Sanchis. Muchas de ellas son personalizadas. Los clientes les piden bordones más potentes, que suene más cantarina, que sea más cómoda de mano derecha o de mano izquierda, que se queje y así traduzca mejor el espíritu flamenco? «Nunca salen dos guitarras iguales», precisa.

El proceso es lento. En tres meses de trabajo, David realiza el proceso completo de veinte guitarras. Desde que las empieza a construir hasta que las termina y ejecuta el primer acorde con la guitarra ya lista y barnizada. Entonces, los Hermanos Sanchis pasan de protagonistas a meros figurantes del proceso. Al fin y al cabo, el público aplaudirá a los artistas del tablado o el escenario. Como siempre, los artesanos de taller serán los invisibles. Imprescindibles, pero condenados al sumidero del olvido público en el mundo del arte. A ellos no les importa el segundo plano. «Nuestro trabajo —dice David— da felicidad a la gente que toca nuestras guitarras. Y, a su vez, hace feliz a la gente que las escucha tocar. ¿Qué más se puede pedir?».

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