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Obras

Una coraza legal para los frescos de Manolo Gil que esquivaron la picota

La Academia de Bellas Artes pide proteger las pinturas murales del salón noble del Ateneo Mercantil que Levante contribuyó a salvar

Una coraza legal para los frescos de Manolo Gil que esquivaron la picota

Manolo Gil, uno de los imprescindibles en el arte contemporáneo valenciano del siglo XX, pintó entre 1952 y 1953 dos grandes murales al fresco en el salón noble del edificio del Ateneo Mercantil. La modernidad de las pinturas, que sin dejar de ser figurativas eliminan la perspectiva, no gustó a todos en la ciudad. Algunas voces dentro y fuera de la casa propusieron picarlos. La aparición de textos elogiosos y en defensa del artista en la prensa de entonces salvó los murales.

Ahora, el pleno de la Academia de Bellas Artes de San Carlos ha aprobado una petición para que sean declarados bien de relevancia local (BRL). Una manera de sellar la protección legal de una obra que un día estuvo en peligro.

Manolo Gil (1925 - 1957) era el autor más destacado del grupo de jóvenes valencianos que a principios de los años 50 rompió con la pintura decimonónica que se había impuesto en la primera posguerra y volvió a conectar con las ideas de vanguardia y modernidad. Aún de estudiante había constituido el grupo Z con José Vento, a cuyas exposiciones se unirían después Eusebio Sempere o Jacinta Gil (luego sería su mujer).

Eso era años antes de agitar el panorama artístico español al impulsar con Aguilera Cerni el grupo Parpalló, clave en la evolución hacia la modernidad y la contemporaneidad europea de la pintura de posguerra.

Antes de esa última aventura colectiva, y tras estancias gracias a distintas becas en Roma, París y Londres, y exposiciones en esta última ciudad y en Valencia (en la galería Mateu), recibió el encargo del Ateneo para decorar su salón columnario.

El contrato lo firmó el 7 de junio de 1952 y la institución le puso todas las facilidades. Incluso pudo realizar pruebas en un muro semejante, construido en una nave que le proporcionó. Los ingresos permitieron al creador adquirir el que sería su piso „y de Jacinta Gil„ en Valencia, en el barrio de San José.

Los dos murales enfrentados en el salón son de grandes proporciones (4,30 x 7 metros de longitud). Uno está dedicado a la agricultura y otro a los trabajos del mar. El primero está finalizado en enero de 1953. Da cuenta una nota en Levante el 18 de aquel mes. El diario recibe con elogios la iniciativa de la institución.

Pocos meses después, la prensa es testigo también de la polémica en torno a unas pinturas que se distanciaban del gusto tradicional. Son los años de la autarquía y del aislamiento cultural. El postsorollismo se había impuesto en la ciudad y autores como Francisco Pons Arnau y Manuel Benedito, que entroncaban con la pintura del siglo XIX, eran los más celebrados. También Salvador Tuset, catedrático de la Escuela de Bellas Artes con quien Gil había mantenido discusiones durante sus estudios.

En ese contexto cultural se sitúan artículos sobre el trabajo del joven renovador como uno titulado «Entre frescos anda el juego».

En los comentarios en los papeles se llega a plantear la posibilidad de destruir los murales del Ateneo. Se impuso, sin embargo, la autoridad de algunas personalidades del mundo de la cultura (como Javier Goerlich, Arturo Boix, José Amérigo o Bernardo de Lassala) que salieron públicamente en defensa de las pinturas.

Un reportaje en Jornada (el vespertino hermano de Levante) recogía sus opiniones el 28 de abril. La publicación se hacía eco del comentario «suscitado entre los socios y visitantes del Ateneo Mercantil, a propósito de la obra artística que el joven pintor valenciano Manuel Gil Pérez ha realizado en el salón de la planta baja de la citada entidad».

«Dos grandes paneaux de pintura al fresco decoran el gran salón destinado a tertulia y café „con­tinuaba„. Terminada la obra, se hizo insistente un cierto rumor de descontento suscitado por algunos grupos y se llenó a insinuar la posibilidad de que fueran picadas estas pinturas al fresco».

Los profesores y académicos consultados rechazaban tal posibilidad. De Lassala está especialmente atinado al adelantarse al futuro. «De ninguna forma soy partidario de su destrucción „dice sobre los murales„. Si en el transcurso del tiempo el artista autor de estas pinturas, que no tengo el gusto de conocer personalmente, llegase a ser un ´genio´ de la pintura, la destrucción de los paneaux del Ateneo sería y resultaría un borrón para su historia artística».

Bien de relevancia local

La iniciativa ahora, sesenta años después, de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia refrenda la importancia artística e histórica de los frescos de Manolo Gil. La Academia suele actuar en las declaraciones de protección de bienes a instancias de la Conselleria de Cultura. En este caso, ha roto con esa tendencia para actuar por iniciativa propia con el fin de espolear al Ayuntamiento de Valencia y al Consell a aumentar la protección de estos murales.

La iniciativa la ha encabezado el presidente de la institución, Manuel Muñoz Ibáñez, quien se doctoró en Filosofía con una tesis sobre Manolo Gil, autor que considera nuclear en el arte valenciano de la segunda mitad del siglo XX. Está convencido de que hubiera sido uno de los grandes nombres de la segunda vanguardia española de no haber muerto tan joven (32 años).

«Por su belleza y la importancia renovadora y estética que tuvo en su momento, nos hallamos ante uno de los murales valencianos más importantes entre todos los realizados en el siglo XX», señala el académico en el informe aprobado el pasado día 15, por el que la entidad académica pide la declaración de las pinturas como bien de relevancia local.

Cuando el grupo Parpalló es fundado el 23 de octubre de 1956 bajo la tutela del crítico Aguilera Cerni y el liderazgo artístico de Manolo Gil, la primera exposición del colectivo será en diciembre de ese año en el Ateneo Mercantil. El dato ayuda a entender el contexto en el que se crearon los murales tres años antes.

Por entonces, el problema de Manolo Gil no era la abstracción, sino «dar la forma pura con el color puro [?] No quiero la división de colores en mil matices, sino colores enteros y verdaderos que modelen las figuras», escribía en el catálogo de la exposición en la Twenty Brook Street Gallery de Londres en 1952.

Esa lejanía del claroscuro y el uso de la geometría como cimiento fundamental de las figuras humanas „el óvalo de la cabeza precede a su acabado„, prácticas que observadas hoy incluso destilan el aroma de lo añejo, sorprendieron a algunos en la cerrada sociedad franquista de 1953. Por fortuna, el arte sobrevivió.

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