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Partido Popular de Valencia

Del cielo al infierno en apenas nueve meses

La debacle electoral del pasado mes de mayo y la operación Taula pueden dejar al Partido Popular del Ayuntamiento de Valencia convertido en un grupo casi residual. Numéricamente podrían pasar de veinte a entre 1 y 4 concejales y su discurso se vería empañado por la corrupción

Del cielo al infierno en apenas nueve meses

Los diez concejales del PP en el Ayuntamiento de Valencia trabajan estos días para preparar las comisiones y el pleno del próximo 26 de febrero. Lo hacen con aparente normalidad, pero a contracorriente, sin saber tan siquiera en representación de quién firmarán sus propuestas. Su situación tras la operación Taula es de descomposición total, de acoso judicial y pérdida de confianza en el partido, nada que ver con lo que el PP ha representado para esta ciudad en los últimos 25 años. Es la caída de un gigante que nadie podía imaginar hace tan solo nueve meses.

Para entender este fenómeno, único en la política nacional, hay que retroceder al 5 de julio de 1991 cuando Rita Barberá, candidata del PP, tomó posesión como alcaldesa de Valencia con el apoyo de Unión Valenciana. Comenzaba así una carrera de éxitos que llevó al partido a alcanzar la mayoría absoluta en 1995 y a revalidarla hasta cuatro veces más, llegando en las elecciones de 2007 a conseguir 21 representantes de los 33 de la corporación. Los otros 12 eran socialistas.

Fueron dos décadas de triunfos y de rodillo. Sus tentáculos llegaban al último rincón de la ciudad y el tejido social era suyo, fuertemente controlado desde sectores tan vertebradores como las Fallas o los clubs de jubilados. La oposición era minimizada y hasta despreciada en sus propuestas, aunque el tiempo demostrara después que eran ciertas.

A los ojos de España, el PP de Valencia, con Rita Barberá a la cabeza y al mando, era también un ejemplo de gestión. Los grandes eventos, además, le dieron una proyección internacional que nunca antes había tenido la ciudad. Se sucedían en el tiempo. Pasó la Copa del América y empezó la Fórmula 1. Se bajaban del Alinghi y se subían a un Ferrari en una ruleta continua de triunfos.

Y en el terreno político, el PP de Valencia se convertía, mayoría tras mayoría, en la punta de lanza del partido junto con Madrid. Rita Barberá fue quien apoyó y sostuvo la presidencia de Francisco Camps y con él montó el Congreso de Valencia en el que se asentó la figura de Mariano Rajoy, luego presidente del Gobierno.

La influencia de Barberá era tal que muy pocas personas podían reunirse tres horas con el presidente sin que trascendiera lo hablado. Ella lo hizo.

Pero abarcarlo todo y todo el tiempo no es fácil. La tendencia se invirtió tras las elecciones de 2011 (20 concejales). Apenas unos meses después Rajoy llegó a la Moncloa y las expectativas se dispararon. Después de la denostada era Zapatero, aún trayendo el AVE, se esperaba mucho con un Gobierno del PP. Parque Central, Marina Real, Cabanyal...

Y no fue así. Las estrecheces económicas frustraron todas las apuestas y tanto el ministro Montoro como su secretario de Estado, Antonio Beteta, pasaron a ser amargos enemigos. Las caras de Barberá y su equipo lo decían todo al término de sus reuniones.

Tampoco con la Generalitat pudo alcanzar una buena relación. Supercomprometida con Francisco Camps hasta su dimisión por el caso de los trajes, la llegada de Alberto Fabra fue recibida con recelo. El Plan Confianza era una oportunidad y se convirtió, de impago en impago, en un elemento más de su deterioro público.

Para colmo, a lo largo de la pasada legislatura surgieron varios casos de corrupción que afectaron al consistorio, erradicando del discurso de Rita Barberá aquella máxima de que el Ayuntamiento de Valencia estaba inmaculado.

Emarsa pasó de largo, pero el caso Nóos vino para quedarse. Los contratos con Iñaki Urdangarín para celebrar las Valencia Summit supusieron la imputación de Alfonso Grau, mano derecha de Barberá, y su forzada dimisión en marzo de 2015.

Pero es que además, unas semanas después y ya en plena vorágine electoral, se hicieron públicas unas conversaciones de su esposa y exconcejala de Valencia, María José Alcón, con el gerente de Imelsa, Marcos Benavent, en las que hablaban de comisiones ilegales. Eso obligó a Rita Barberá a eliminarla de su lista y a profundizar más en la brecha con el matrimonio Grau-Alcón.

Las elecciones de mayo

Y así se llegó a las elecciones del 24 de mayo de 2015. El PP partía con 20 concejales, pero con poca o nula gestión que vender, rodeado de corrupción y, además, poco renovado, con una candidatura cuyos primeros puestos copaban los ediles de la anterior legislatura. Todo lo jugaban a la carta de Rita Barberá, que no quiso abandonar en esa situación. Era todo o nada. Era cara y cruz. Y salió cruz.

Se perdieron 100.000 votos y la mitad de los escaños. El grupo municipal pasó de 20 a 10 representantes y además quedó descabezado, porque Barberá cedió su acta de concejal para pocos meses después irse al Senado.

Tomó las riendas del grupo su número 2, Alfonso Novo, también presidente del PP local. Y una vez encajado el golpe se hizo un esfuerzo por asumir la extraña labor de oposición. Incluso se repuntó en votos en las últimas elecciones generales. Pero entonces saltó la operación Taula, que desveló una trama de blanqueo de dinero en el grupo. Al parecer, todos los concejales y asesores ingresaron 1.000 euros en la cuenta del partido y luego se lo devolvieron en 2 billetes de 500 euros procedentes supuestamente de comisiones ilegales. Era 1.000 euros, pero puede ser blanqueo, por lo que más de una cincuentena de concejales y asesores han sido citados como «investigados» y suspendidos de militancia.

Todo parece indicar, asimismo, que cuando terminen las declaraciones ante el juez serán expulsados y les reclamarán el acta, cosa que no están dispuestos a hacer la mayoría de ellos, que se sienten víctimas de una venganza de Grau con Barberá y también del partido, que no los mide, a su juicio, con el mismo rasero que al resto.

Si finalmente resisten, pasarán entonces al grupo de los no adscritos y en el Grupo Popular quedará Eusebio Monzó, el único concejal no imputado, y los sustitutos de los dos o tres concejales que podrían entregar su acta. El PP podría ser, en cualquier caso, un grupo mermado cuantitativa y cualitativamente, sin capacidad para liderar la oposición y sin discurso político. La corrupción empaña todas sus intervenciones y durante toda la legislatura tendrá enfrente o al lado a sus excompañeros, prueba de la división y recuerdo de lo ocurrido.

En definitiva, se habrá pasado del todo a la nada en apenas nueve meses. Recordando a la «desaparecida» Rita Barberá, se habrá pasado del «caloret» al más crudo invierno.

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