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«Memorias de un naufragio»

El superviviente valenciano del "Titanic español"

Un libro recupera la memoria del enguerino Alfredo Garrigós y de los 7 vecinos que fallecieron

Lienzo que recrea el naufragio del Príncipe de Asturias, el 5 de marzo de 1916.

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Desde aquel 5 de marzo de 1916, el primer día de Carnaval siempre trasladaría a Alfredo Garrigós a las aguas brasileñas sobre las que tuvo que nadar durante diez horas encima de una tabla hasta llegar a tierra firme. Era el pasaporte para convertirse en uno de los 150 supervivientes del Príncipe de Asturias, el transatlántico que naufragó hace 100 años después de chocar con unos arrecifes. El billete de los 450 pasajeros restantes del barco tenía reservado otro destino diferente: la muerte. Entre las víctimas del «Titanic Valenciano» había siete vecinos de Enguera que se enfundaron en el traje de emigrantes y se embarcaron en busca de un trabajo en Argentina que, como hoy ocurre con los jóvenes titulados, su patria les negaba.

Alfredo, el octavo paisano del grupo, no solo escapó de la muerte, sino que acabaría rechazando la oferta de la naviera que se ofreció a pagarle su regreso a España. Él prefirió cumplir el propósito que le había llevado a enrolarse en el viaje: ganarse el pan en el país andino. En el hundimiento había perdido a su hermana Matilde y no estaba dispuesto a renunciar a su meta tras más de veinte días surcando los mares.

Cuando se cumple el centenario de aquella tragedia, que pasó prácticamente desapercibida en los medios de la época, eclipsada por las batallas de la Primera Guerra Mundial y la conmoción del fallecimiento del compositor Enrique Granados, el periodista y genealogista Enrique Boix ha rescatado del olvido las historias de Alfredo y del resto de enguerinos del Príncipe de Asturias, entre ellos los hermanos Miguel y Daniel Martínez y sus respectivas esposas, Matilde Garrigós y Teresa Marín. Dos parejas de recién casados, de menos de 30 años, con el título de maestros bajo el brazo y un porvenir esperándoles en la provincia de Córdoba. A bordo también falleció la viuda Carmen Sanchiz —que viajaba a Argentina para comprobar donde estaba enterrado su marido — y su hijo de apenas 20 meses, junto a Amparo Ballester, que iba a encontrarse con su esposo. Aunque en el barco viajaban 34 valencianos, poco o nada se sabía hasta ahora de sus vidas.

Los vecinos de Enguera formaban el grupo más numeroso en la nave. Una lápida en el cementerio municipal en recuerdo de las siete víctimas despertó la curiosidad de Boix, de raíces enguerinas por parte de madre. Después de tres meses de investigación en los archivos y de buceo en hemerotecas, acaba de publicar Memoria de un naufragio, que reconstruye la catástrofe con los testimonios de los descendientes de los pasajeros de Enguera, empujados a la emigración por el panorama de escasez reinante en su localidad. «Hoy en día aquel suceso generaría historias durante semanas, pero en los los periódicos de la época las grandes crónicas iban todas encabezadas por la I Guerra Mundial». «Desde entonces, el debate se ha centrado en las causas del naufragio y las historias humanas se han dejado de lado», observa el autor. Algunos datos recabados por el periodista, especializado en investigación genealógica, se habían perdido por el camino de la memoria oral y no eran conocidos por los familiares.

La carta de Alfredo

Alfredo es la pieza central del rompecabezas desentrañado por Boix. El día siguiente de la tragedia, cuando su familia lo daba por muerto, el superviviente mandó una carta a sus padres desde la ciudad de Santos (Brasil). Con una serenidad pasmosa, Garrigós narra la muerte de Matilde, su hermana, a la que trató en vano de salvar después de dos horas encima de una tabla. El oleaje la engulló. «Queridos, me alegraré de que al recibo de ésta se encuentren bien. Yo bien, sin novedad, para lo que gusten mandar». Es el encabezamiento de la misiva, cuya tinta se observa diluida por las lágrimas de la madre, a la que Alfredo trata de tranquilizar: «Hay que tener paciencia, que ha sido una desgracia y nada más. Gracias que me salvé yo», concluye, antes de recordar lo presente que la tuvo durante las diez horas que vagó a la deriva.

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