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Investigación

Cuando la bestia desató la angustia en l´Eixample

La investigación revela que Araceli y Juan Carlos Oliva Bellido, de 75 y 79 años, habían prestado 18.000 € a su presunto verdugo

Cuando la bestia desató la angustia en l´Eixample

Hace una semana que las conversaciones en las calles, las terrazas y los rellanos del entorno de la calle Císcar, en pleno corazón del valenciano barrio de l´Eixample, están dominadas por susurros y miradas desconfiadas. La angustia y el temor se han apoderado de un barrio tradicionalmente tranquilo y seguro, habitado por una clase media-alta acomodada cuya vida cotidiana se ha visto brusca y violentamente azotada por la fea cara de la bestia. El domingo 22, la noticia sacó del sopor propio de una tórrida tarde de poniente a los vecinos de Císcar, 54 y recorrió como un latigazo el resto de las calles de l´Eixample: la policía había encontrado muertos, asesinados, a dos vecinos de toda la vida, los hermanos Araceli y Juan Carlos Oliva Bellido, de 75 y 79 años de edad.

Los detalles que se iban a ir conociendo en las horas y los días siguients sólo iban a agudizar el desasosiego. La autopsia realizada el lunes confirmó el primer presagio -habían sido estrangulados, y aún están pendiente en los resultados toxicológicos que determinarán si fueron sedados, muertos mientras dormían o aniquilados a sangre fría- y la investigación policial, que ha reunido todos los datos para esclarecer el caso en un tiempo récord, arrojaba sobre la mesa detalles propios de un guión cinematográfico.

Primero, fue la inusual escena del crimen. El asesino había empaquetado los cuerpos en sacos de dormir que luego cinchó con cuerdas. Sobre ellos arrojó kilos y kilos de arena para gatos, metida en sacos y cajas para que absorbieran el olor que iba a emanar de los cuerpos durante el proceso de putrefacción y cubrió todo ello con una alfombra. Además, colocó decenas de ambientadores por el pequeño cuarto donde los dejó, y cuyas ventanas cerró a cal y canto para confinar ese hedor el mayor tiempo posible. Luego, colocó un candado en la puerta y dejó en la vivienda una alarma que le avisaría en caso de que alguien entrase.

El presunto asesino, a quien el grupo de Homicidios identificó en apenas unas horas, debió pensar primero en llevárselos, pero el sobrepeso de Juan Carlos y el miedo a ser descubierto debieron de disuadirle, y a partir de ahí concibió todo un plan para retrasar al máximo el descubrimiento de los cadáveres.

Por ello, regresó varias noches a la vivienda de sus víctimas, en el quinto piso del 54 de la calle Císcar, para llevar los ambientadores y la arena absorbente. Y por eso dejó la alarma, para garantizarse que la vía seguía estando libre. Cuando iba, lo hacía de madrugada, al amparo de las miradas de los vecinos, que, sin embargo, sí escucharon sus pisadas, aunque las atribuyeron, como es lógico, a los dos hermanos. «Era un sonido como de tacón, y nos extrañó porque no lo habíamos oído antes, pero quién iba a pensar eso...», lamenta una de las moradoras de la finca que, como el resto, ruega permanecer en el anonimato.

El retraso en la huida

El sospechoso, un hombre español de mediana edad cuya identidad no revela Levante-EMV para no entorpecer el trabajo policial, no huyó de manera inmediata, como dicta la lógica. A falta de su detención, en la que se afana la Policía Nacional desde la madrugada del lunes, parece que las obligaciones familiares y la puesta en escena de la ocultación de los cadáveres le llevaron a retrasar su huida, que inició muy poco antes del descubrimiento del doble crimen. Así lo confirman en su vecindario, donde siguieron viéndolo en los días previos a ese domingo, día 22.

Desde entonces, nadie lo ha vuelto a ver. Tampoco el coche de Araceli, un Opel Astra de color gris que aparcaban en el garaje de enfrente de su domicilio y que se llevó consigo.

La tarde del 22, cuando los cuerpos aún seguían en el piso, un vecino dio la primera pista. Unas dos semanas antes, cuando ya había empezado a expandirse por la finca el mal olor que acabaría por llevar a los vecinos a alertar a la policía, vio salir a un hombre de la casa de los dos hermanos. Ese desconocido, a quien no había visto antes, le explicó sin que nadie se lo pidiera que Araceli y Juan Carlos se habían ido a Pamplona una temporada y le recomendó que nadie se preocuparan por ellos ni se asustara por que no respondieran al teléfono o al timbre.

Horas más tarde, la persona más allegada a los dos hermanos daría la clave a la policía para identificar al sospechoso. Reveló quién era y que los dos hermanos lo conocían desde hacía más de 20 años, y aclaró que llevaba rondándolos con intensidad a lo largo de este último año.

También, que a finales de abril había hablado por última con Araceli por teléfono, para planificar la tradicional comida con motivo del santo de ella -el 2 de mayo-, a la que ya no acudió, y que en esa conversación la mujer acabó por confesarle que, tal como temía esa persona allegada, al sospechoso sólo le guiaba el interés económico: le había sacado al menos 18.000 euros en estos últimos doce meses bajo el argumento de que pasaban estrecheces en casa. Ella le estaba pagando el alquiler y le había dado otras cantidades a mayores, a cuenta de una herencia que el sospechoso dijo que iba a cobrar «inminentemente». El doble crimen fue cometido con certeza ese fin de semana del Primero de mayo. Resuelto el cómo, el quién y el cuándo, ya sólo quedan dos dudas: si la reclamación de ese dinero fue el detonante de los homicidios y dónde se oculta su presunto autor.

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