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Tribuna

Condicionamiento y estabilidad económica

Hace unos días vi en televisión un experimento donde se reunía a once voluntarios en una sala con el simple objetivo de mostrarles una pared pintada de rojo, azul, y amarillo. Diez de los once voluntarios eran cómplices del responsable del estudio, mientras que sólo uno actuaba de buena fe. Tras salir de la sala se le preguntaba a cada participante de qué color era la pared que había visto momentos antes, dejando al inocente voluntario en último lugar.

Conforme los participantes contestaban uno a uno que los colores eran rojo, azul, y verde, el semblante del sujeto en estudio iba palideciendo, aunque no sólo por la unanimidad de las respuestas sino también por el beneplácito exagerado del monitor.

Pensamientos contradictorios se agolpaban en su mente dubitativa desafiando la veracidad de su experiencia. ¿Había visto amarillo o verde?.Cuando llegó el momento, decepcionado y angustiado, contestó rojo, azul, y verde.

Son muchos los factores que nos condicionan e inducen a actuar de forma irracional, desde las emociones, los sentimientos y las costumbres, hasta la cultura, la familia, la educación o incluso el propio clima. No vemos las cosas como son, sino a través de un filtro que interpreta, reinterpreta, opina y cambia de opinión constantemente. En esta línea, el Premio Nobel Robert Shilley incorpora en su trabajo «Animal Spirit» el peso que tienen los «creadores de opinión» sobre las decisiones de los agentes económicos, y cómo éstos contribuyen al la inestabilidad de una economía.

Según se desprende, parece que las opiniones interesadas de unos pocos acaban convirtiéndose en verdad para muchos, de forma que al final las decisiones que tomamos distan mucho de reflejar la realidad. En este sentido, para Shilley, los «creadores de opinión» son claves para entender porqué las fases de expansión y de recesión son más intensas de lo que deberían ser.

Hay muchos ejemplos que reflejan el poder de las opiniones sobre el ciclo económico. Hemos visto cómo los mercados de deuda castigaban injustificadamente a países que mantenían unos criterios de solvencia aceptables, o cómo los mercados bursátiles caían o subían drásticamente sin justificación aparente. En España, las familias se endeudaban hasta las cejas con la esperanza del que el precio de su vivienda aumentara indefinidamente, los gobernantes actuaban frívolamente cuando la crisis era ya un hecho, mientras que la banca alcanzaba unos niveles de apalancamiento disparatados en relación con la información que disponían. Pero claro, para todos estos casos había una opinión creada, una historia. Para cada uno, quizá, la historia más grande jamás contada: El «historión».

En el ciclo económico siempre hay una parte de bulo, de manipulación, de opinión que cambia constantemente para hacernos creer lo que haga falta. Opiniones que nos han vendido, los medios de comunicación han diseminado, y nosotros hemos comprado para hacernos creer que estamos en el cielo o en el infierno, según convenga. Y ahí vamos, cayendo y subiendo como en una montaña rusa sin pararnos y ver, por nosotros mismos, cómo son las cosas realmente.

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