Al llegar al final de la pista, cinturón bien abrochado, ya con la impaciencia más calmada al comprobar que había asfalto suficiente y al son de la irritante melodía de puntualidad de la low-cost más viajera, no pude evitar volver la vista atrás una década: ese mismo terreno es el que, como periodista entonces, vi tambalearse con voladuras controladas de dinamita allá por 2005, disparadas para alisar las ondanadas de lo que hoy son las firmes pistas de aterrizaje del aeropuerto de Castellón.

Las tramas opacas, patrocinios populares, monumentos de rotonda, escándalos financieros y aguiluchos cenizos, dejaron de planear para muchos este martes mientras las alas del gigante irlandés del cielo se aproximaban a las puertas del diminuto terminal. Estaba en el aire y ahora al fin lo está en sentido literal, porque el aeropuerto más mortificado de España ya está abierto desde hace días a una de las capitales del mundo como es Londres. A través de él llegarán de visita turistas, residentes estacionales y también, conviene no olvidar, emigrantes que se fueron buscando oportunidades en el extranjero, efectos colaterales ellos, entre tantos otros, del despilfarro de esas mismas pistas hoy ya bendecidas.

El aeropuerto de Vilanova d'Alcolea es solo un ejemplo más de lo rápido que circulan y cambian las sensaciones. De cómo de manipulables nos hemos vuelto, de la volatilidad de nuestros pensamientos y razones. El constante cambio que estamos viviendo en los últimos años, con la gasolina mezclada por impulsos tecnológicos y estrecheces financieras, nos ha asentado en un torbellino que ha convertido en normal este nuevo ritmo de vida.

Y en él, para nosotros ya no hay nada firme, ni personas, ni aficiones, ni gustos, odios o manías. Ni siquiera «nuncas» ni «jamases». De ello se aprovechan políticos, marcas, empresas, hasta nosotros. Los que quieren siempre ganar posiciones en nuestros sentimientos volátiles. Los que entienden que, en mitad de una marejada, hoy es aquí pero mañana puede ser allí, sin salir del mismo sitio. Porque todo vuela, y ahora también desde Castelló