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Dolores Cortés

La doctora que se prendó de los trajes de baño

Dolores Cortés, el pasado miércoles, en las instalaciones de su empresa en Vila-real. carme ripollés

Cómo llega una doctora en medicina de una población sin playa a convertirse en prestigiosa diseñadora de trajes de baño? Difícil respuesta. Sin embargo, cabe aventurar sin demasiado margen de error que Dolores Cortés es hoy día una emblemática empresaria de Vila-real gracias a su madre. Así que, para llegar al final, bueno será remontarse a los orígenes, a la Dolores Cortés nacida en 1926 en Vila-real en la familia de un jornalero agrario cuya casa quedó destrozada durante la Guerra Civil. Huérfana con quince años, aquella joven con estudios elementales y clases de contabilidad y mecanografía se desenvolvió con audacia en los durísimos años iniciales de la dictadura, un terreno yermo para la mujer. Empezó a trabajar por las mañanas en el taller de un sastre y por las tardes enseñaba a leer y escribir a los que iban a la «mili». Poco antes de casarse con Pascual Font a los 19 años, adquiere el traspaso de una mercería y, al frente de ella, trabaja también como modista.

Y en 1953 sucedió lo impensable. Aficionada a la playa, los bañadores de entonces eran «horribles y de algodón», como recuerda su hija. Así que decidió confeccionar para sí misma un traje «elástico» que se ajustaba al cuerpo y no se deformaba con el agua. Fue un éxito entre sus vecinas de playa y el germen de la empresa. Empezó a vender las prendas artesanales en su tienda. Un representante que acudía a venderle género, las vio y le ofreció suministrarlas a otros establecimientos. Cinco años más tarde establece en Vila-real el primer local de la empresa y en 1962 adquiere un antiguo almacén de naranjas y lo convierte en el taller de producción. La empresa ya es una realidad.

«Precoz y puñetera»

En aquellos años, Dolores Cortés, además del trabajo y la casa, tenía que lidiar con su inquieta única hija, nacida en 1950. «Era muy precoz y puñetera; en el colegio de Vila-real me aburría y me echaban, aunque siempre tenía muy buenas notas», recuerda ahora Dolores Font Cortés o Dolores Cortés hija, como gusta que la llamen. Preparada por un profesor amigo de sus padres, intentó a los diez años, dos antes que cualquier niña de la época, ingresar en primero de bachillerato en Valencia, pero no le permitieron el ingreso. Así que tuvo que permanecer en Vila-real otros dos años, compaginando el colegio con formación en varias academias y aprendiendo en la fábrica materna. A los doce, por fin, consiguió su objetivo de entrar interna en el Colegio de los Dominicos de la Anunciata de Valencia, una ciudad que le encantaba. En cuatro años completó una formación que otros de su edad tardaban en consumar seis años. Luego llegó la universidad y la residencia en el Colegio Mayor la Asunción. Los veranos, eso sí, volvía al territorio de la infancia, es decir, la fábrica. «Tenía que aprobarlo todo», en la carrera.

Pero Dolores Cortés no quiso seguir la profesión de su madre. Lo suyo era ser médico. Se especializó en medicina interna y al terminar los estudios se casó con un ingeniero de caminos y empezó a trabajar en el hospital Arnau de Vilanova de Valencia. Fue una decisión con consecuencias familiares, porque su madre, al ver que no tendría una sucesora en casa, se asoció con otros dos inversores y reconvirtió su firma Manufacturas Docor en simplemente Docor. La alianza fue un fracaso en solo cinco años. Y acabó en los tribunales. En 1980, la pionera empieza de nuevo desde cero. Esta será ya la definitiva. La firma se denomina Dolores Font Cortés y la marca comercial, Dolores Cortés. La hija se incorpora al accionariado, aunque mantiene su profesión.

No obstante, la implicación laboral, que nunca cesó, se incrementa de manera considerable. Dolores Font decide entonces hacer otra especialidad médica, la de rehabilitación y medicina física. Monta una clínica en la calle Cirilo Amorós de Valencia que mantendrá hasta 2009 y contrata a tres fisioterapeutas. «Como no había servicio de urgencias, a diferencia de lo que sucedía en el Arnau, repartí mi tiempo: tres días en la clínica y el resto en la fábrica», asegura. Cortés añade que «nunca dejé de pertenecer a la empresa, que he mamado desde pequeña; con catorce o quince años estudié patronaje, que es muy importante para diseñar trajes de baño y, cuando quería un bañador, mi madre me decía que me lo diseñara y me lo hiciera yo».

Giro en el negocio

Su incorporación a la compañía supuso un giro en el negocio, dado que a ella se debe la irrupción de la firma en el mundo de la moda: «Me dije que, para meterme, debía de hacerlo de otra manera, es decir, pasar de fabricar bañadores simplemente a hacer diseño de moda de baño; costó mucho entrar en el mundo de la moda, donde no había costumbre con ese producto». Pero, como en otros propósitos de su vida, consiguió abrirse camino. A finales de los noventa hizo su primer desfile, en la pasarela del Carmen de Valencia. Luego vinieron Madrid, Barcelona y el mundo entero. Hoy día, la empresa es una referencia absoluta del sector en España y tiene un gran reconocimiento y penetración en países como Francia, Italia, Portugal y México. Con una facturación de alrededor de nueve millones de euros y una plantilla de cerca de cuarenta trabajadores, la compañía tiene tiendas propias, franquicias, corner-franquicias y gestiona más de 150 puntos de venta en grandes superficies.

La internacionalización es uno de los principales objetivos de la compañía y los vuelos y viajes se han convertido en la mejor ocasión de Dolores Cortés para saciar algunos de los hobbys que el trabajo diario en la fábrica no le permite disfrutar. La lectura, por ejemplo, la historia del arte, y la arquitectura. Los desplazamientos al exterior también son una perfecta excusa para visitar ese escenario que le falta en su Vila-real natal y que tan esencial es para su trabajo: la playa. Dolores Cortés, una de las únicas seis mujeres que son miembros de la Asociación Valenciana de Empresarios (AVE), no tiene vacaciones fijas, porque el mes de agosto, cuando cierra la fábrica, lo aprovecha para visitar a algunos clientes «que tengo que ver directamente». Algunos de ellos viven en Portugal o en la Costa Azul francesa y la empresaria aprovecha el viaje para bañarse en sus aguas y ver las tendencias en moda de baño in situ. La Malva-rosa de Valencia, con sus arrocerías, y la playa de Puçol, donde tiene su casa, son opciones más cercanas que gustan a esta mujer que durante tres años presidió la Sociedad de Garantía Recíproca (SGR) de la Comunitat Valenciana. Dejó el cargo el pasado mes de mayo, después de haber tenido que afrontar una complicada etapa, la del rescate de la entidad avalista, que estuvo a punto de quebrar por la gestión en la etapa de su antecesor, el también castellonense José Roca.

La historia a veces se repite. Si la madre tuvo que tirar del negocio con una hija que era médico, a esta le ha sucedido lo mismo, porque su hija también ha seguido la carrera de medicina. No tiene intención de participar en la gestión de la empresa. La ventaja de Dolores Font respecto a Dolores Cortés es que tiene otro hijo, ingeniero de caminos, que trabaja en la empresa, en el desarrollo de tiendas y la gestión desde hace tres años. Aunque la empresaria asegura que, «mientras pueda, continuaré» al frente del negocio, sabe que también tiene relevo en la familia. Y si las fuerzas le acompañan, seguramente hará como su casi nonagenaria madre, con la que come casi a diario y que todos los días visita la fábrica, a un paso de su domicilio.

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