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Opinión | Tribuna

Educación Práctica

A estas alturas, los estudios universitarios se consideran poco menos que un derecho universal

A estas alturas, los estudios universitarios se consideran poco menos que un derecho universal. Se confunde así la adquisición de cultura, que sí que lo es, con la realización de estudios especializados. Además, mientras que la cultura se puede adquirir por muy diversos medios „y uno de ellos es trabajando„, la universidad normalmente ocupa cinco, seis o siete años de la vida de un joven y, como las estadísticas demuestran, la mayor parte se convierten en tiempo desperdiciado. No solo por los altos índices de abandono, que crecen conforme vamos subiendo de curso y acaban en dinero y energías desperdiciadas, sino porque en la mayoría de los casos, hoy en día una licenciatura sirve para bien poco.

Por un lado, las cátedras se crean en función de la demanda de los jóvenes, no de las necesidades sociales, y eso hace que los nuevos licenciados se encuentran con que hay un exceso de profesionales dentro de su especialidad y no hay un puesto de trabajo esperándoles. Y por otro lado, una titulación no demuestra prácticamente nada, y a la hora de la verdad un graduado de 25 años suele estar menos preparado que un oficial de 20 que haya entrado a trabajar como aprendiz a los 14 años.

Ligar la felicidad personal y el triunfo profesional a la posesión de un título es un gran error, además de un desperdicio de recursos públicos y privados. Para muchos el camino de la realización no es ése. En mi opinión, solo un 25 % de los jóvenes deberían cursar estudios superiores. Por las dos razones ya comentadas: porque la mayoría va detrás de un espejismo o no tiene verdadera vocación, y porque la sociedad no puede absorber más que ese 25 % de universitarios.

Otro 10% de los jóvenes debería encauzar sus pasos a las universidades laborales, donde el grueso de los conocimientos que se imparten son de tipo técnico-práctico, que sí tienen inmediata aplicación en el mundo de la empresa.

Si este porcentaje parece bajo es porque pienso que lo ideal es la integración de la formación laboral en esquema de funcionamiento de las empresas. Así pues, el 65 % restante debería incorporarse lo más pronto posible al mundo laboral. Ahora mismo la edad laboral en España es, por ley, de 16 años, pero yo pienso que, dada la situación y en base a mi experiencia, debería de ser de 13 o 14 años como mucho.

A esas edades no entrarían en calidad de trabajadores propiamente dichos, sino en un régimen mixto, dado que dentro de las empresas, sobre todo las de un cierto tamaño, se pueden y se deben crear escuelas profesionales para aprovechar el potencial pedagógico de los trabajadores más veteranos, quienes transferirían sus conocimientos a los recién incorporados durante un período de 3 años.

La combinación de teoría y práctica que reciben los jóvenes en esas circunstancias, los convierte en profesionales enormemente valiosos y productivos a edades muy tempranas. Durante ese periodo, hasta su incorporación de pleno en la empresa, cobrarían sueldos modestos pero dignos, y no cotizarían a la seguridad social. La empresa y la economía se beneficiarían de eso, puesto que los costes de producción serían muy competitivos, y ellos se beneficiarían también, puesto que se sentirían personas realizadas muy pronto, lo que despertaría sus aspiraciones y les inculcaría el deseo de superación. El presupuesto que ahora dedica el estado a la educación se repartiría de este modo:„El 80% para las universidades (estudios superiores), que podrían dedicar la partida a aumentar la calidad de los estudios, dado que habría muchos menos alumnos.„El 6% iría destinado a las universidades laborales propiamente dichas. „El 14 % sería un ahorro para el Estado, puesto que los profesores estarían integrados en las plantillas de las empresas y a su cargo. Se trata de un dinero que el Estado podría dedicar a otros menesteres más urgentes.

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