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La servitización, el futuro y los valencianos

El 8 de marzo de 2014 el vuelo MH 370 con 239 personas a bordo desapareció una hora después de despegar de Kuala Lumpur. No sabemos todavía qué sucedió pero sabemos de la ruta seguida por el avión gracias a una señal que los motores trasmiten regularmente. Es menos conocido, sin embargo, que en el caso de tener el servicio contratado, lo que al parecer no era el caso de Malasya Airlines, es ping suministra información en tiempo real sobre su funcionamiento. Ello hace posible controlar sus principales parámetros, programar su mantenimiento, reducir los tiempos de parada y, de esta forma, mejorar la eficiencia. Y suele destacarse todavía menos otro hecho económico relevante. Que en la actualidad Rolls Royce, el fabricante de los motores, obtiene una proporción mayor de sus ingresos con la prestación de estos servicios que con la venta de equipos. Lo cual plantea la pregunta de si un emblema de la industria como Rolls Royce puede continuar siendo considerada una empresa industrial o debe, por el contrario, ser calificada como una de servicios.

El ejemplo anterior es sólo uno de los mejor conocidos de un proceso cada vez más general de transformación de las empresas industriales. El cual, entre otras cuestiones relevantes, deja obsoleta la tradicional diferencia entre este sector y los servicios. Estamos en una etapa en la cual en no pocas ocasiones la creación de valor en compañías originalmente industriales se consigue mediante la adición de servicios a los productos que fabrica. Es el proceso conocido por servitizacion, definible, concisamente, en la oferta integrada de productos y servicios elaborados a medida del cliente. En él, las empresas manufactureras desarrollan más y mejores servicios, con el objetivo de satisfacer las necesidades del cliente, lograr ventajas competitivas y mejorar sus resultados.

El galicismo procede del término acuñado por Vandermerwe y Rada hace ya años y su contenido similar al Sistema Producto Servicio (PSS) de Tim Baines. Ambos han venido recibiendo una atención creciente tanto en el mundo académico y empresarial como en la acción de gobierno por la convicción de que constituyen herramientas destacadas para la creación de valor, aumentando de esta forma la competitividad de los fabricantes tradicionales. La integración de productos y servicios aparece, así, como una vía de mejora de la competitividad y, por tanto, de defensa frente a la basada en el menor coste de producción. Esa que viene causando estragos en las economías avanzadas y de forma espectacular en la valenciana que mantiene un desempleo superior al 20 %. Como es obvio, su generalización es compleja e incluso en algunos casos puede ser imposible o irrelevante. La literatura y algunas políticas públicas vienen debatiendo sobre todo ello y reflejando la heterogeneidad de situaciones empresariales, fruto de la ausencia de soluciones únicas para asegurar la competitividad. Pero es obvio que la revolución tecnológica ofrece un amplio campo para realizar progresos. Y que la incorporación de servicios, a menudo errónea o interesadamente equiparados con la hostelería y el pequeño comercio, tienen un papel fundamental en la mejora de la competitividad de la manufactura.

Desde la perspectiva de la Comunitat Valenciana, esta revolución en la estructura productiva de las empresas industriales, suscita numerosos interrogantes. Dos ejemplos. Si la diferencia entre empresas de la industria y de los servicios es cada día más borrosa, ¿qué rigor tiene la pretensión de algunos lobbies de identificar el fomento de la reindustrialización con los intereses generales? O, simultáneamente, ¿cuál es la solidez de equipar las vías de comunicación sólo con las de transporte de mercancías (como pretenden las grandes constructoras) y no también con las de servicios de todo tipo, en crecimiento geométrico desde hace años? Debatir sobre ellos, permitiría empezar a tener en cuenta, aunque con enorme retraso, la clarividente insistencia de Al Gore en las autopistas de la información ante la certidumbre de que estamos en una sociedad de servicios. Un hecho relevante para la economía valenciana y nuestro futuro bienestar, ante el cual cabría esperar que nuestros gobernantes, de Rafael Climent a Vicent Soler o de Mónica Oltra a Ximo Puig, demostraran en su acción cotidiana que han comprendido las implicaciones de aquella aseveración de Thomas Jefferson, cuando afirmó que: «Me gustan más los sueños del futuro que la historia del pasado».

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