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¿Cuándo se torció la economía valenciana?

Un reciente informe sitúa el inicio del declive de la autonomía en los años sesenta del siglo XX. Varios economistas debaten al respecto y expresan sus discrepancias

Parafraseando a Zavalita, el protagonista de la novela «Conversación en La Catedral», de Mario Vargas Llosa, cabe preguntase: ¿Cuándo se jodió la economía valenciana?. La Fundación de las Cajas de Ahorros (Funcas) publicó la semana pasada un informe en el que los catedráticos de Economía de la Universitat de València Andrés Picazo, Salvador Gil y Rafael Llorca situaban el declive económico de la autonomía en los años sesenta del siglo XX. Es decir, en la época en que otros muchos economistas, siguiendo la estela de Ernest Lluch, fijan el comienzo de una etapa de industrialización que situó a la Comunitat Valenciana en una senda expansiva hasta la crisis. El debate académico está abierto.

Los autores afirmaban en su estudio que «la población valenciana ha disfrutado históricamente de un nivel de vida y bienestar más elevado que un ciudadano español medio. En la década de los sesenta del pasado siglo XX se inició, sin embargo, un declive relativo que ha situado la renta per cápita de la Comunitat Valenciana significativamente por debajo del promedio español y, también,muy lejos de otras regiones más prósperas». Preguntados esta semana al respecto, Picazo, Gil y Llorca „que contestaron al unísono a través de correo electrónico„ señalaron que lo que se produjo desde la citada década fue la «convergencia hacia la renta per cápita media española, partiendo de un nivel inicial superior. Desde los años sesenta del pasado siglo XX, las economías valenciana y española han crecido a un ritmo similar. Sin embargo, el crecimiento valenciano se ha basado en mayor medida en el aumento del empleo, con un avance de la productividad más moderado que en el conjunto español. Esta circunstancia, unida al mayor incremento de la población en la región, ha implicado que, cuando el ritmo de creación de empleo no ha podido compensar el menor avance de la productividad en relación a la media española, se haya producido una caída en la renta per cápita relativa».

El decano de la facultad de Económicas de la Universitat de València, José Manuel Pastor, considera que la Comunitat Valenciana no ha registrado una caída de la renta «hasta que se inició la reciente crisis». Ahora bien, «lo que sí se ha producido es que hemos crecido menos que la media española y por eso estamos ahora trece puntos por debajo».

El catedrático emérito de Historia de la Economía, Jordi Palafox, afirma que a principios del siglo XX la Comunitat Valenciana se encontraba en cuanto a niveles de renta por debajo de la media española y, sobre todo, de autonomías ya entonces desarrolladas como Cataluña, el País Vasco o Navarra. Así se mantuvo, con la salvedad de una amplia zona de Valencia y las comarcas centrales, impulsadas por el sector naranjero, hasta mediados del pasado siglo. «A partir de ahí, se produce una subida por la industrialización», añade Palafox, quien asegura que a finales de los ochenta, por el mayor crecimiento de otras zonas de España, «nos acercamos a la media y luego caemos por debajo» cuando estalla la crisis.

El catedrático e investigador del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE), Javier Quesada, comparte el análisis. En su opinión, el declive valenciano hay que situarlo fundamentalmente en 2008, es decir, cuando la recesión se empieza a manifestar en toda su crudeza. El también ex director general de Economía de la Generalitat con el PP asegura que en los años sesenta del siglo pasado «se produjo, como decía Lluch, una industrialización brutal en Valencia», con la proliferación «de empresas que consolidaron sectores como el textil, el calzado o la cerámica», que fueron la base del despegue económico. Fue una larga etapa de expansión con períodos valle, como la reconversión de la gran industria en los ochenta o la crisis del 92-93, y un largo período entre 1994 y 2008 en el que se crea un «modelo de crecimiento, de éxito en su momento, pero que luego se demostró insostenible, una vez que se griparon la construcción y el gasto público», este último gran motor a través de servicios como la educación y la sanidad y de la inversión en infraestructuras.

Picazo, Llorca y Gil no consideran que haya contradicción alguna entre sus postulados y los expresados aquí por otros colegas: «La industrialización se consolida con fuerza en España en los años sesenta, sobre todo en algunas zonas del cuadrante noreste como Cataluña, País Vasco, Madrid y la Comunitat Valenciana. Sin embargo, el ritmo de avance de la productividad en la economía valenciana es menor que el registrado en el conjunto español», porque la Comunitat Valenciana «se industrializa a partir de pequeños talleres y empresas artesanales, mediante una acumulación de capital a pequeña escala, como explicó muy acertadamente Ernest Lluch, con aumentos de productividad importantes pero inferiores a los observados en otras regiones».

Si parte de los problemas actuales de la economía valenciana, en especial la baja productividad, tienen su origen hace medio siglo, ¿qué debió hacerse para evitarlo? Los autores del informe de Funcas consideran que, «a finales de los años sesenta y principios de los setenta, había dos corrientes de opinión en la sociedad valenciana. Por una parte, quienes pensaban que todavía vivíamos en una economía fundamentalmente agraria y que para impulsar la industrialización era necesaria la llegada de proyectos foráneos que transformasen lo que hoy llamaríamos el modelo productivo valenciano (IV Planta Siderúrgica, Ford, IBM? ). Por otra parte, el profesor Lluch observó que la economía valenciana ya estaba industrializada y que, por tanto, no era necesario dedicar recursos a atraer capital foráneo. Al contrario, lo que se requería era impulsar las industrias y empresas ya existentes en la región, que por sus propias características y, en particular, su reducido tamaño, no eran capaces de abordar proyectos más ambiciosos. Estas propuestas del profesor Lluch fueron las que inspiraron la política industrial valenciana de los años ochenta, basada en el apoyo a la pequeña y mediana empresa con proyectos como el antiguo Impiva (actualmente Ivace), el IVEX o los institutos tecnológicos. Quizá, estas iniciativas deberían haberse llevado a cabo mucho antes. Sin embargo, esta política industrial no tuvo la continuidad que hubiese sido deseable, o no supo adaptarse a las exigencias de un mundo globalizado. El resultado fue que desde mediados de la década de los noventa la política industrial de la Generalitat Valenciana ha sido ineficaz desde cualquier perspectiva». Fue en 1995 cuando el PP llegó al poder, que no soltó hasta dos décadas después rodeado de innumerables escándalos de corrupción, todos ellos relacionados con el modelo de crecimiento que impulsó desde la Generalitat, es decir, la construcción y los grandes eventos.

El sector privado también ha tenido su influencia en esta deriva. Picazo, Llorca y Gil matizan el argumento de la necesidad de un cambio de modelo productivo en la economía valenciana y lo explican así: «Es cierto que contar con una mayor presencia de actividades avanzadas en la estructura productiva tiene ventajas. Sin embargo, no debe asociarse mecánicamente una determinada composición de la actividad productiva con la capacidad de las economías para crecer y mejorar el nivel de vida y bienestar de sus habitantes. Los modelos productivos sólo cambian en el largo plazo en respuesta a tendencias competitivas e incentivos diversos a los que se enfrenta el mundo empresarial. Cuando en España se ha intentado dirigir desde la Administración el modelo productivo, sólo se ha conseguido un despilfarro de recursos; ejemplos históricos son la construcción naval y la industria siderúrgica. Además, existe una regularidad empírica observada a nivel internacional según la cual el éxito de las economías no depende tanto de la composición sectorial de la actividad o modelo productivo, sino más bien del comportamiento de determinados sectores y empresas individuales».

Quesada y Pastor no comparten el análisis al cien por cien. El primero considera que «nos hacen falta sectores de elevada productividad y tecnológicamente avanzados», pero también «que los sectores que tenemos sean productivos». El decano de Económicas, por su parte, afirma que «tenemos un problema de modelo económico», porque «si somos más productivos en la agricultura, que tiene menor valor añadido, que en la industria, estamos fastidiados». José Manuel Pastor coincide con los autores de Funcas en la necesidad de revertir el tejido empresarial para que nazcan más firmas grandes, que son las más productivas y con capacidad de innovar.

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