Seguro que muchos habéis escuchado en ocasiones términos como «startup», «validar», «pivotar», método «Lean» o «MVP»(Minimum Viable Product) y seguro que muchos no llegáis a entenderlos completamente. Terminología aparte, la clave está en entender lo que supone esta filosofía y en saber cómo podemos aprovechar esta nueva forma de hacer negocios para acercarnos al éxito con nuestros proyectos.

Según Eric Ries, el creador de la metodología Lean Startup, «una startup es una organización temporal diseñada para lanzar un nuevo producto o servicio en unas condiciones de incertidumbre extremas». Cuando hablamos de startups, normalmente hablamos de empresas de nueva creación, que operan en el ámbito tecnológico y que no suelen tener grades estructuras de personal. Un buen ejemplo de ello es la definición que dice que una startup es una empresa que come con dos pizzas. Pero ¿qué diferencia a una empresa tradicional de una startup?

Quizá la principal diferencia sea la escalabilidad. En un negocio tradicional (restaurante, librería o un servicio de mantenimiento), si quieres facturar el doble, deberás duplicar también personal, locales o gastos generales. Algo muy distinto pasa con las startups. Empresas como Splitfy, herramienta que permite crear el tradicional «bote» con amigos, podría tener 10 clientes o 10.000 y seguirían usando la misma aplicación.

Otro aspecto importante es que habitualmente las empresas tradicionales operan en el ámbito local, mientras que una startup puede dirigirse a un mercado global.

Por tanto, debido a la escalabilidad y el gran tamaño de mercado al que se dirigen, las startups podrán tener un crecimiento exponencial y unos márgenes muy significativos.

¡Pero no es oro todo lo que reluce! Como suele suceder en el mundo financiero, la alta rentabilidad suele ir sujeta a un alto riesgo. Si quisiésemos crear un nuevo restaurante, tendríamos mucha información que nos ayudaría a tomar decisiones: competencia, poder adquisitivo medio, costes del local, proveedores, rangos de precios, etcétera. Pero qué información teníamos cuando en Demium creamos Shipeer, plataforma donde particulares comparten su maletero para reducir los costes de un viaje, o Relendo, herramienta para alquilar cualquier producto entre particulares. Con esas startups tuvimos que «inventarnos» el producto, el precio, las garantías y los procesos.

Como podemos observar, una startup es una empresa con un alto potencial, pero con mucho riesgo. Es precisamente de ahí de donde nace la filosofía Lean Startup, que básicamente dice que no tiene sentido hacer una gran planificación ni inversión en nuestro producto o servicio, porque no sabemos si el público lo aceptará o no. Debemos, por tanto, construirlo en base a lo que el público quiere, lanzando pequeñas versiones incrementales y validando con ellos que vamos por el camino correcto.

Esta filosofía ha supuesto un antes y un después en la forma de construir negocios. Lo mejor de todo, es que no es aplicable sólo al mundo startup, sino que aquellas empresas tradicionales que sean capaces de integrar este modelo, podrán tener una gran ventaja frente a sus competidores, adaptándose mucho más rápido a las nuevas realidades de su mercado.