El TTIP no es más que la continuación de la Comunidad del carbón y del acero de Schuman; no es algo distinto al Acuerdo de libre comercio entre EEUU, Canadá y México (NAFTA) y no es sino la extensión del llamado Tratado del Pacífico, donde se acordaron nada menos que las relaciones sobre comercio e inversiones entre EEUU, Japón, Australia, Nueva Zelanda, Perú, México, Chile, entre otros€ y al que están invitados a adherirse China y Corea del Sur. El mundo se articula en tratados internacionales, de los cuales solo he citado algunos. Los tratados transfronterizos, nacidos antes por contigüidad geográfica y luego por negociación multilateral, han permitido mejorar los estándares en la definición de productos, la seguridad en los procesos, la homogeneización normativa y la reducción de aranceles y todo ello ha favorecido un aumento de riqueza de los países miembros. En definitiva: economías más competitivas, democracias cada vez más sólidas y la recuperación de elementos de paz y diálogo entre las naciones.

El acuerdo bilateral entre la UE y EEUU impulsará el comercio y la inversión entre ambas economías a través de una reducción de aranceles, una armonización de la legislación y nuevas normas que permitirán agilizar y hacer sostenible el comercio global. En la negociación europea, las reducciones arancelarias no son especialmente significativas, pero sí lo son para la economía valenciana. La reducción arancelaria será especialmente visible en sectores como el agroalimentario, calzado, textil o automoción. En algunos productos, como el calzado, los aranceles pueden llegar hasta el 37 %; componentes de automoción hasta el 4,5 %; textil-hogar hasta el 21 %, conservas de frutas y hortalizas hasta el 17 %€ Obviamente, esta reducción implicaría una rebaja de precio del producto en el mercado americano.

Los beneficios más importantes del tratado, especialmente para las pymes, procederán de la reducción de las barreras no arancelarias, que impiden a muchas de ellas acceder al mercado norteamericano por los elevados costes que supone adaptar su producto o servicio a las exigencias de la legislación norteamericana. En el sector agroalimentario destacan los costes asociados a la inexistencia de una homogenización en los registros del producto en la FDA, la legislación fitosanitaria o los sistemas de seguridad alimentaria. En el sector manufacturero, las barreras más significativas afectan a las reglamentaciones en materia de seguridad, homologación y certificación específica, dificultades en la obtención de visados para trabajadores especializados de la empresa o diferencias en las normativas técnicas de fabricación y de ensayo. Estos costes indirectos resultan inasumibles para muchas pymes que quieren exportar a Estados Unidos. El modelo macroeconómico de crecimiento global tiene como requisito imprescindible la desregulación del comercio a través de la supresión de barreras y aranceles, hablando siempre en reciprocidad y con una negociación transparente.

No se trata de perder calidad de vida, ni garantías medioambientales ni de protección al consumidor o al trabajador. Una cosa es la desregulación del comercio internacional y otra distinta es que todo deba ser negociado para que existan compensaciones por ambas partes. Esta tendencia es imparable y desde la Cámara estamos convencidos de que es buena para los intereses de las empresas y trabajadores valencianos porque tenemos una alta vocación exportadora, una amplia experiencia en los tráficos comerciales internacionales e infraestructuras privilegiadas para ello como es el puerto y el arco mediterráneo.