El TTIP (Transatlantic Trade Investment Partnership) no nació ayer ni hace tres años con Barak Obama y con Durao Barroso. Sus orígenes se remontan a finales de 1990 cuando Georges Bush (padre) por los Estados Unidos y Giulio Andreotti y Jacques Delors por la CEE firman la Declaración Transatlántica en que ya anuncian su intención de avanzar en un acuerdo que elimine trabas aduaneras y no aduaneras al comercio entre EE UU y el grupo de países europeos. Luego siguieron más y más reuniones hasta el momento actual, pretendiendo construir el área de libre comercio más grande del planeta.

El TTIP se pretende poner en funcionamiento por varias razones. Una de ellas es la estratégica: Tanto la UE como EE.UU están perdiendo fuelle económico y político en el mundo, viendo crecer otras superpotencias como China, India o Rusia. Otras son de tipo económico y social. Grandes multinacionales norteamericanas y europeas, que son las que más presionan para que el tratado se firme, pretenden homogenizar sus legislaciones con la finalidad de reducir los derechos laborales y sindicales, rebajar las normas medioambientales que limitan en ocasiones su expansión, abrir los servicios públicos al sector privado con la posibilidad de que empresas norteamericanas puedan acceder a contrataciones públicas europeas, proteger las inversiones eludiendo la justicia de cada nación y resolviendo los conflictos ante tribunales internacionales privados, etcétera.

Pero quizás uno de los sectores que se vería más afectado de firmarse el tratado es el de la agricultura y la ganadería, e indirectamente el consumidor europeo. En la Unión Europea la pequeñas y medianas explotaciones siguen siendo mayoritarias, todo lo contrario de los EE UU. Y aunque desde hace años, a través de las sucesivas reformas de la PAC, la agricultura europea se asemeja más al esquema estadounidense, existen peculiaridades (denominaciones de origen, normas sanitarias que prohíben la utilización de determinados productos considerados dañinos para la salud, oposición a los transgénicos en alimentación humana y animal, etc.) que diferencian ambas agriculturas, aparte de otros aspectos como los mayores costes de producción de la europea respecto a la norteamericana por la diferente estructura de la propiedad. Posiblemente sea el lobby agroindustrial a ambos lados del Atlántico quien con más fervor ha estado apoyando en estos años el TTIP, pues un mercado de 800 millones de consumidores, eliminando trabas, uniformando legislaciones, dejando vía libre a reestructuraciones del sector (en la UE) con el beneplácito de sus autoridades, era un aspecto muy codiciado.

Opacidad en la negociación

La opacidad con la que se ha trabajado el Tratado, la escasa información trasmitida, la exaltación poco discutida de sus beneficios, nos han llevado a realizar comparaciones con otros similares firmados en un pasado relativamente reciente, como fue el TLCAN , que ha provocado la dependencia de México de su vecino del norte en productos básicos y la ruina de millones de sus agricultores, desmintiendo todas las ventajas que se expusieron en su día.